Esta entrada será absurda, impopular y difícil de entender. Por todo eso, en mi mente, se plantea como un texto profundamente coherente, pero también una (posible) fábrica de palos. La razón fundamental de la misma es que, estos últimos meses, mucha gente me ha escrito para hablarme de cómo el libro o algunas entradas del blog le han hecho replantearse sus modos de vida e incluso sus más profundos valores morales, y también me han dicho: «¡Ya soy vegetariano como tú!», o «¡Me he vuelto vegana!», o «¡Apoyo al máximo el consumo de carne ecológica!» y cien respuestas distintas más.
De algún modo, me enorgullece ver que lo que empezó hace algo más de dos años con entradas sobre animalismo ha conseguido alcanzar tantas conciencias y de un modo tan distinto: desde el maltrato de animales domésticos hasta cambios en la alimentación de muchos de los lectores y lectoras del blog. Pero hay un malentendido que no me gustaría que se perpetuase, y es que yo no soy vegano (si me tengo que definir, supongo que soy vegetariano casi estricto); y no soy vegano por tres razones fundamentales: la primera, porque tengo perros y gatos en casa; la segunda, porque he trabajado y colaboro con asociaciones de perros de terapia; la última, y para mí la menos importante de todas ellas, porque, en algún momento, como huevos de gallinas de alimentación ecológica.
Ser vegano y sus matices
Asumimos de manera automática, sin pensarlo, sin cuestionarlo, que hay un criterio moral para el Homo sapiens y otro diferente para el resto de animales. Eso es el especismo.
Richard Dawkins (etólogo, zoólogo y biólogo evolutivo)
A menudo, algunas personas que adoptan una alimentación vegana consideran que el veganismo es una opción alimentaria libre de todo tipo de sufrimiento animal. Sin embargo, olvidan parte de la filosofía que existe tras la misma, en especial, respetar la vida y la individualidad de todo ser sintiente, rechazar toda forma de especismo y de uso (no solo abuso) de animales —no del conejo que no quiere participar en experimentación animal, sino también del caballo que no quiere ser montado, o el perro de terapia que no quiere trabajar, por ejemplo; también del mosquito que molesta por la habitación, la ciudadana de Sri Lanka que no quiere ser explotada en una fábrica textil o la contaminación de un arrecife de coral.
Yo no puedo ser vegano porque, hoy, y ahora, difiero en algunos de estos puntos básicos. El primero de todos ellos, es el especismo: desde mi óptica, todos somos especistas, y debemos luchar con uñas y dientes por no serlo, pero como bien explico en De cómo los animales viven y mueren (Diversa Ediciones, 2016), nuestra empatía depende de la cercanía con el animal —aquí hay un poso biológico, y también una gran carga cultural— y nuestras acciones están sujetas, en cierto nivel, a la estructura mercantil del mundo en el que vivimos: todos necesitamos un teléfono móvil, y vestirnos, y viajar.
Así, abrazar el veganismo no puede ser complementario a convivir con mascotas carnívoras, como el perro o el gato, y ni tan siquiera a tener mascotas en un entorno delimitado, sea urbano, periurbano o rural, puesto que se mantendría un implícito, por el cual tenemos un animal por el valor que aporta a nuestras vidas, obviando su individualidad y su propia autonomía(1).
Esta es una de las razones por las que no soy (filósoficamente) vegano , y es que me chirría esta definición. Porque, ¿podemos ser veganos? Me explico. Durante casi 30.000 años, los perros nos han acompañado en nuestra vida diaria, y durante unos cuantos miles menos, también los gatos; durante más de 10.000 años hemos domesticado especies y seleccionado rasgos para nuestro bienestar. Las gallinas que ponen un huevo diario (y no una veintena al año), las vacas que, preñadas, ofrecían más leche, los cerdos o los toros a los que se les ha robado su fiereza; todos ellos necesitan de nosotros. Por desconocimiento e interés, hemos creado un mundo de matices horribles, y la ganadería intensiva solo es un capítulo más de esta historia. Pero todo ello no cambiará de la noche a la mañana, ni se borrará en el momento en el que cerremos los ojos.
La extinción del modelo
Los bienestaristas afirman que los animales no tienen, en sí mismo, un interés en no ser esclavos; ellos solo tienen interés en ser esclavos «felices». Esa es la posición promovida por Peter Singer, cuya visión neo-bienestarista se deriva directamente de Bentham. Por lo tanto, no importa moralmente que nosotros utilicemos animales, sino únicamente cómo los utilizamos. El tema moral no es el uso, sino el tratamiento.
Gary Francione (profesor universitario y escritor)
Las alternativas del no-consumo son el mejor camino que cualquier persona concienciada puede escoger hoy, pero eso no cambiará el hecho de que haya una industria de consumo colosal que engaña, oculta y es apoyada aún por un alto porcentaje de la población. Tampoco que esos animales domésticos requieren leyes para su pervivencia fuera de esta maquinaría de muerte, pero no pueden vivir todos en santuarios. ¿Y qué hacemos además? ¿Dejamos vivir a los animales de granja y condenamos a las mascotas? ¿Pueden los animales domésticos volver a un estado salvaje? Evidentemente, no. ¿Y qué hacemos con todas esas especies de las que somos responsables de haber domesticado? Quizá este es el punto más peliagudo de todos, y, por supuesto, hay cientos de opciones (mejores que la actual) que podríamos llevar a cabo para minimizar o llevar a cero todo el sufrimiento derivado, pero la extinción completa del modelo, todavía no es una de ellas.
Pero no nos vayamos tan lejos, porque incluso con nuestros principales animales de compañía hay un grave problema. Todos esos pastores alemanes, border collie o labradores que tienen que recurrir a trabajo diario de obediencia (o agility, o mantrailling, o discdog…) por parte de dueños responsables, a largas caminatas y a un modelo de vida que consiga, de algún modo, paliar las actividades principales que llevan dentro de sí: pastoreo, vigilancia, cobro… Podemos cambiar el mundo, pero no el genoma de nuestros perros. Y preguntarse por qué deberíamos hacerlo o no hacerlo, no tiene sentido, porque no es algo que se pueda modificar en veinte años, sino que se requerirían otros miles.

En esta misma línea, el trabajo de animales de asistencia o de terapia tiene para mí otras complicaciones éticas —la peor de todas, aquella que pone en peligro la vida del animal en misiones de los cuerpos de seguridad—, pero, excepto en algunas de estas misiones, en mi experiencia, ninguno me ha resultado dañino para este, y sí enriquecedor a muchos niveles (el perro «trabaja» y se divierte, aprende, consigue mejorar sus recursos cognitivos, ayudar a terceros…), si bien la filosofía vegana creo que nos diría que ese «uso» del animal constituye un «abuso» por nuestra parte. Yo no puedo estar de acuerdo. Desde la misma domesticación de los cánidos, el perro —y el gato— se acerca al ser humano en la misma medida en que el ser humano le necesita, y viceversa.
Junto a todo lo anterior, hay una serie de supuestos o etiquetas que también suelen ir unidas, y que, a menudo, me parece coherente que así sea. Por ejemplo, salud y una buena alimentación (y, hoy, se puede conseguir esa buena alimentación sin consumo de animales, pero no olvidemos que hace treinta o cuarenta años, probablemente no); también productos km. 0, ecología, consumo sostenible… Son todo tipo de causas que, normalmente, se relacionan con formas de vida veganas o vegetarianas, y todos aquellos que tratamos de mejorar el mundo, de un modo u otro, tenemos que revisar, constantemente, todas estas facetas que afectan a nuestras vidas, sin olvidar que, ni mi vida, ni tu vida, son una simple etiqueta.

Por eso, mi primer libro animalista está escrito como está escrito, y creo que esa es la bondad del mismo: que solo muestra, y nunca impone; porque no existe una verdad, sino cientos de miles (2), así como caminos para cambiar el terrible escenario en el que hemos convertido nuestro mundo. Quizá hay personas optimistas, que creen que el camino pasa por la inmediata liberación animal y otros que creemos ver que la historia, incluso hoy, niega la posibilidad de acoger un camino que no pase por una primera fase de bienestar.
Tenemos que ser lo suficiente maduros para querer cambiar el mundo y, a la vez, entender que nuestras acciones individuales suman muy poco en el conjunto: y este debe ser un contratiempo que lejos de restarnos fuerza, debería impulsarnos a buscar apoyos a nuestro alrededor. A encontrar la forma de ser parte de la solución, y no del problema; y de comprender que hay cuestiones intrínsecas en la estructura del mismo a desentrañar, y que tenemos la obligación de hallar la forma de lidiar con todo el horror que se genera a nuestro alrededor, de conseguir un cambio responsable, y de, un día cada vez más próximo, alcanzar la mayoría, puesto que en minoría no hay legitimación (social) posible.
(1) Otra cuestión importante es cuánta autonomía tiene ese animal una vez ha sido domesticado por el ser humano, puesto que los rasgos de muchas de estas especies han sido seleccionados para conseguir individuos menos agresivos, confiados y útiles en nuestras sociedades (sea, en su momento, para desplazarse, para alimentarse o como guardián), pero también restándoles independencia.
(2) Si bien, la mayoría empieza por minimizar o extinguir el sufrimiento animal, donde recordemos que el malestar humano está implícito, en especial, el de aquellas poblaciones desfavorecidas de las que nunca hablamos.
Nota: también creo firmemente en el problema que supone la industria alimentaria, la cosificación, producto del especismo, y el neoliberalismo económico: sobre todo en lo que se refiere a la aplicación, y las trabas, de una Ley de Protección Animal. Por el contrario, no considero que el consumo bajo o moderado de huevos sea aquí el principal problema —los lácteos son otro cantar, y, aun así, creo que sería necesario matizar la importancia que tiene el modelo industrial, que, en la mayoría de los casos no es más que un conglomerado que acoge la producción de carne, cuero y lácteos—, ya que es un derivado directo de la industria; sin embargo, para que esta afirmación no induzca a error, permitidme desarrollarlo durante el mes de febrero en un artículo complementario, puesto que no se trata de una visión simplista del tipo «comer esto está bien, porque el animal no muere» y, además, resulta una gran fuente para abrir debate y generar opiniones.
Este es un texto original creado para Doblando tentáculos. Si te ha parecido interesante, quizá quieras adquirir en papel o en eBook De cómo los animales viven y mueren (Diversa Ediciones, 2016), mi primer libro de temática animalista que trata estos y otros muchos temas similares. ¡También está disponible en Amazon!
me parece muy interesante e importante matizar, en éste caso concreto, tu postura ante lo que es ser vegano. Yo sabía de la parte de no comer animales, y ya solo ésta me chirria si la pienso muy a fondo. Más allá de no querer fomentar la crueldad animal o el consumo excesivo y sin razón de carne, no cabe preguntarse… que el hombre es, por definición, omnívoro?
es algo que siempre me ha asaltado, me parece muy noble no comer carne, sobretodo porque por definición y biología, a parte de omnívoros somos racionales, y ello nos lleva a poder hacer un juicio de valor sobre nuestra conducta.
de todos modos, no quiería formular ninguna pregunta en concreto, pero sí agradecerte la aportación del resto de información sobre lo que es ser vegano. Hoy en dia lo tomamos como una moda más, a mi parecer, sobretodo porque está muy en voga comer sano y saludable y eso se asocia a comer, en su mayor parte, verduritas y ensaladas.
No hace mucho que sigo tu blog, y agradezco enormemente que gente con don de palabra eduque en estos temas, pues son cosas que chocan por su supuesta «transgresion» de lo que es «lo normal» (comer carne, cosificar seres vivos, mirar para otro lado y comprar a empresas explotadoras, justificarnos diciendo que «yo no puedo cambiar el sistema»…).
¡Muy buenas! Lo primero es lo primero: muchas gracias por tus palabras. 🙂 En segundo lugar, comentarte que así es: el Homo sapiens es omnívoro, concretamente omnívoro oportunista, como los cerdos o los cuervos. En nuestro caso, y con una dieta bien balanceada podríamos no comer ningún tipo de alimento de origen animal, si bien eso supondría una deficiencia de vitamina B12, que un vegano cubre con complementos. Aquí diferimos evidentemente del resto de animales en la posibilidad de realizar este planteamiento moral, y poder planteárselo, no deja de obligarnos a valorar la acción como necesaria o no, positiva o no, prescindible o no, etc. 🙂
Sobre estos temas maticé varias cosas en el libro que publiqué hace poco, pero quizá las más interesantes son 1) que, hoy, no tenemos necesidad de consumir productos de origen animal; es algo que, tradicionalmente, quizá no hubiésemos podido plantearnos, pero gracias a las bondades de la ciencia y la globalización podemos llevarlo a cabo; 2) que la mayoría de gente que se mete con vegetarianos o veganos porque «no es natural» no comer carne, se sorprendería al saber que sus reservas de B12 no vienen de métodos tradicionales (por ejemplo, vacas, ya que la ganadería industrial no les deja pastar hierba y producir B12 de forma natural y la mayoría de los animales de granja tienen, actualmente, que consumir los mismos suplementos que los veganos para que aquellos que siguen una dieta omnívora no tengan déficits; 3) en mis últimas charlas y apariciones siempre he separados dos niveles en los que creo firmemente que se debe trabajar: por un lado, ética (en mi opinión, no solo no es ético matar animales sin necesidad, sino maximizar el sufrimiento a niveles terroríficos por necesidades del mercado e intereses financieros) y, por el otro, sostenibilidad (somos demasiadas personas, se come demasiada carne, se están agotando las reservas de agua, se está contaminando a niveles brutales…).
En mi opinión, y me gustaría seguir la línea de este primer artículo para llevar a cabo un segundo artículo y, a la vez, empezar a recoger ideas para nuevos ensayos que estoy preparando sobre ética animal, se necesita un cambio del modelo industrial a gran escala, no solo un cambio en los hábitos de consumo, que no solo puede ser demasiado lento hoy, sino que, además, puede ser desastroso por la falta de tiempo frente al gasto de agua a nivel mundial y el cambio climático.
¡Espero no haber juntado demasiados temas! 🙂
Vaya Javier! Por fin difiero un poquito de tu opinión 😊 Creo que evolutivamente somos omnívoros, pero mi capacidad de razonar me llevó a abrazar el vegetarianismo hace cosa de un año, y lo que yo entiendo por veganismo hace unas semanas. Convivo con una omnívora oportunista (mi perrita) y con un omnívoro convencido (mi marido), preferiría que mi marido se hiciera algún planteamiento, pero le amo y respeto, yo también era así hace poquito, y por supuesto a mi perrita la amo y respeto su naturaleza, no voy a intentar convertirla en algo que no es y toma pienso normal y alguna vez pollo o jamón de York si hay que esconderle alguna pastillita. Somos dos especies que llevan miles de años conviviendo, y estoy convencida de que no la exploto de ninguna manera.
Sin embargo, yo ya no como productos de origen animal, no volveré a comprar productos de cuero y llevo muchos años siendo una consumidora bastante responsable y me considero vegana, esta vez la semántica nos ha separado.
Un abrazo!
¡Hola, Rosa!
Discuto mucho sobre este tema con amigos/as veganas, pero me encanta poder seguir aprendiendo de todos ellos y ellas, igual que de tu comentario.
Primero te diré que difiero en una cosa: para mí, tu perra es carnívora y ha desarrollado enzimas a lo largo de su historia evolutiva para procesar alimentos de otro tipo (verduras, frutas, plantas, etcétera). Aquí, me podrías decir que te lo demuestre, porque, en la práctica, podrías decirme tú lo mismo aplicando el argumento de que un perro siempre ha sido omnívoro tras su paso de su paso del lobo gris (su antecesor más probable) al perro. De todos modos, veo que eso, a priori, no resulta un problema para ti, pero, como tú bien dices, nos separa la semántica.
En mi caso, aunque no me comiese algún huevo que me traen los amiguetes de siempre, como bien decía en el artículo, tampoco me consideraría vegano, por estas otras razones que explicaba (en especial, como bien le decían al príncipe en ‘El principito’ porque «eres responsable por siempre de lo que has domesticado»). Por suerte, me parece que en la mayoría de cuestiones sobre maltrato y consumo cada vez estamos más personas de acuerdo, ¡y eso me alegra un montón! Aunque aún quedan unas cuantas que empezar a visibilizar y a buscar una respuesta…
Por cierto, aprovecho para recomendarte una entrada (por si no la leíste) que escribí tras leer un artículo de Amanda Romero en Cuerpomente hace unas semanas y del que me he acordado con tu mensaje.
https://doblandotentaculos.wordpress.com/2017/01/03/querer-al-que-se-equivoca/
¡Un abrazo fuerte!
Hola Javier! Jajajaja, mi respuesta a tu post, nombrando a mi Chuchi «omnívora oportunista», era un guiño a tu post ¿Qué hacemos con nuestros perros? del día 02/11/16, copio y pego:
«¿Limitaremos su libertad de acción? Sí, claro, porque es un omnívoro oportunista, que, a diferencia de nosotros, no se mueve a través de la ética o la razón; pero eso no es distinto a cómo nuestras decisiones afectan a cualquier mascota que comparte su vida junto a nosotros.»
Desde luego que tengo muy claro que si le pongo delante a mi perrita su pienso, una patata cocida y un trozo de carne, lo primero que cojerá será la carne, y quizá lo segundo sea la patata cocida por la novedad, y en último lugar el pienso al que ya está muy acostumbradita.
En cuanto tenga un minutín repaso el post que enlazas, que si leí en su día.
¡Un abrazote!
¡Hola, Rosa!
Solo aclarar que yo tildaba de omnívoro oportunista a los cerdos o a los cuervos «mascota» que me saqué de la manga para ilustrar esa entrada. En la práctica, sin embargo, un perro para mí sigue siendo carnívoro (con enzimas), pero en el fondo, la diferencia entre eso y un omnívoro oportunista en este caso no es grande, ya que los alimentamos nosotros. Sin embargo, en un estado más salvaje, tengo claro que el comportamiento de un perro es el de un carnívoro (ahí tienes especies «cercanas», como los licaones) y no como el de un cerdo, que se irá a «roer bellotas» o un cuervo, que picoteará animalillos que se han quedado pegados al asfalto.
En el caso de este artículo en cuestión (este concreto, no el enlazado), mi planteamiento es que durante miles de años hemos antepuesto (lógicamente) a unas especies por encima de otras, y eso nos impide mantenerlas, hoy, por mucho que no queramos verlo al mismo nivel. Aunque yo no coma animales, mi perro o mi gato va a seguir teniendo que comer, por lo que yo no puedo ser vegano (aunque no coma animales, ni me vista con ellos, etcétera) porque estoy utilizando a unos animales para preservar la vida de otros animales, lo que muchas personas señalarán como especismo.
Mi planteamiento se estructura en tres fases aquí siempre: 1) que la gente entienda por qué una persona puede decidir no comer animales, ni vestir, etcétera; 2) seguidamente, visibilizar que hay un problema historiográfico (las cosas se han hecho de un modo y se han domesticado a distintas especies para distintos fines durante más de 10.000 años, y esto no tiene una vuelta de hoja rápida) y otro estructural (industria cárnica ha maximizado los procesos en los últimos setenta años, lo que ha incrementado infinitamente el sufrimiento animal, y además contamina y nos deja sin agua, etcétera, por lo que sería lo primero a solventar); 3) acoger una mayoría (social) y ver cómo solucionamos esto si la humanidad no desea seguir siendo especista (algo complejo, porque hay una parte biológica y otra cultural).
Mi madre dice que soy raro y que pienso demasiado, así que siento este otro «tocho». 😉
¡Abrazo!
Fantástico post. ¡Gracias! Tan sólo acabo de asomarme a este mundo y me ha resultado muy instructivo. Yo no tengo ninguna «base teórica» en veganismo: no me considero capaz de distinguir un vegano que lo es por las razones correctas de otro que está equivocado. Lo que si tengo bastante claro es que todo esto gira en torno a la ética y al poder de decisión de cada uno. Somos omnívoros, pero omnívoros racionales (y hasta con «libre albedrío», que dicen algunos)
Con tu permiso, seguiremos viéndonos por aquí.
Saludos
Muy buenas, y muchas gracias.
Yo no creo que un vegano pueda estar equivocado: sean cuales sean sus razones seguro que han sido mil veces razones y meditadas, pero tampoco creo demasiado en las etiquetas cuando estas delimitan demasiado. 😉
Desde luego es un tema complejo, nuevo y del que, por suerte, hemos empezado a preguntarnos constantemente.
¡Sé bienvenido por estos lares!