El perro obediente y el perro esclavo

El verdadero derecho que deben tener todos los animales es el de no ser propiedades.

Gary Francione (1954 – )

Entre un perro obediente y un perro feliz hay una línea muy fina. Eso sí, a ambos lados se hacen las mayores barbaridades con el mejor amigo del hombre: sea por exceso, sea por defecto. Algo que viene a demostrar que, por muy bueno que uno sea con el mundo, el mundo no tiene por qué corresponderle.

Cada tarde, al pasear con nuestra (no tan) pequeña manada por Barcelona, nos cruzamos con personas que no levantan la voz ni riñen a su perro ni que la vida les fuese en ello, y también otras que no entienden ningún otro tipo de comunicación más allá de los gritos y la constante censura sobre todo aquello que al animal se le ocurre hacer.

Entre tanto, los hay que los creen de su propiedad, o demasiado almas libres como para adaptarse a la vida en sociedad; los hay intransigentes con los perros de los demás y no con el suyo propio, y también los hay verdaderos malnacidos que, antes o después, se convencen de que no hay nada malo en abandonarlos.

Pero quien más, quien menos, todos queremos que nuestros perros sean obedientes y puedan adaptarse a nuestra vida diaria, sin reparar en que, lo que es natural para nosotros (no hacer pis en cualquier parte, estar ocho horas sentados trabajando, aguantar a gente que en realidad nos cae fatal…), no es natural para ellos.

Dana y Javier RuizSin embargo, nuestro mejor amigo es, muy probablemente, uno de los seres vivos más adaptables en relación al ser humano: ¡y menudo descanso! Por ello podemos enseñarle a hacer pis y caca únicamente en los árboles, a mantenerse pasivo varias horas al día, a dormir en su caseta o a pasear junto a nosotros.

Además, a diferencia de lo que todavía suele creerse, enseñar a un perro habilidades sociales o deportivas, no solo les estimula mentalmente, sino que también hace que se lo pasen genial. Y lo mejor de todo, se ha demostrado que puedes enseñarle todo lo que vais a necesitar con premios y otros estímulos positivos.[1]

¿Entonces, por qué muchas veces se considera que el perro se ha convertido en un esclavo de los seres humanos? ¿Son más felices con todas esas normas, rutinas y órdenes que les imponemos? ¿Acaso nuestro compañero no puede disfrutar de su vida en una casa pequeña o siguiendo los patrones de conducta que hemos decidido implantar por necesidad social (bozal en el metro, transportín en el coche, pasear junto a nosotros por la calle…)?

Quizá la pregunta debería ser: “¿Cuándo un perro deja de ser obediente para convertirse en un perro esclavo de su dueño?” Con toda probabilidad, cuando empezamos a hablar de dueño y mascota, y no de familia y compañeros de viaje.

Un perro puede divertirse aprendiendo, y lo hace; en especial, cuando en lugar de sancionar conductas, nos decidimos por enseñar a nuestro nuevo amigo todo aquello que sí puede hacer con nosotros y las ventajas (caricias, premios, buen humor, relación entre un miembro del grupo y el macho reproductor…) que ello supone frente a la obligación de la conducta que, de no realizarse, siempre implica un castigo.

Dana y Javier Ruiz en un curso de clicker

Él o ella también puede estresarse o frustrarse, igual que nosotros, y en su justa medida, no conozco a nadie que afirme que eso es algo malo. Hasta llegar al estrés, hay un camino —más o menos largo, eso es lo que debemos reconocer— que nos permite dar nuestro mejor rendimiento y mejorar día tras día.

Por el contrario, en el 99,99% de los casos (ya que inventamos una cifra, ¡nos pasamos tres pueblos!) se puede afirmar que un perro es mucho más infeliz cuando no ha aprendido a qué reglas debe atenerse dentro de su pequeño círculo que cuando aprende a comunicarse eficientemente con nosotros, pues esta es la mejor forma donde las dos partes se divierten, aprenden y se lo pasan en grande, ¿o no?

En el extremo contrario, hallamos esa práctica minoritaria de esclavizar a nuestro mejor amigo mediante órdenes y sesiones eternas de adiestramiento en busca de una plusmarca personal que omite totalmente la salud física y psicológica del animal, así como la (todavía muy) desconocida Ley de Yerkes-Dodson; eso es no tener respeto por el animal, por mucho que creamos saber de perros.

¿Has leído hasta aquí? De acuerdo. Entonces, hazme un favor. Busca qué es un clicker, para qué sirve y empieza a enseñarle a tu perro todo lo que puede hacer (PDF), y olvídate de seguir haciendo todo lo contrario.

[1] Sí, lo sé. Soy muy consciente de que hay distintas corrientes, que no todo es positivismo extremo en el adiestramiento y que hay algunos casos (en especial, casos de agresividad canina) que deben estudiarse detenidamente.

Tu perro y el puñetero síndrome de Walt Disney

Cuando adoptas a un perro, no puedes hacerte una idea de lo complicado que puede ser llegar a convertirse en un buen compañero. Supongo que como la decisión es nuestra, no podemos evitar pensar que vamos a mantener el control de la situación a partir de ahí; pero ni de coña.

Cuando descubres que tu perro no deja de tirar de la correa, te destroza la casa cuando te escapas a por un café o no hay forma de que obedezca a un simple sienta, compruebas lo equivocado o equivocada que estabas.

Eso sí, por irónico que parezca, a mí me acercó hacia los perros aquello que aleja diariamente a perros de amos; y lo que es peor y más condenable, a amos de perros, en cualquier carretera poco transitada de nuestro país.

Mi primer perro no sabía subir ni bajar escaleras, siempre estaba histérica y corría ansiosa a todas horas dentro y fuera del piso; al poco tiempo, se descubrió que sufría ansiedad por separación y que se entendía mejor con personas que con otros perros a causa de un imprinting escaso o inexistente: lo que ha marcado a la perra para siempre pese a sociabilizarla con miles de perros, personas y otros bichos durante casi seis años de vida.

Dana durmiendo
Dana durmiendo; días más tarde destrozó su colchón; y se comió mi sofá.

Pero hoy no quiero hablar sobre cómo nos cargamos la vida de millones de perros obviando sus necesidades más primarias (imprinting, sociabilización, etcétera), sino de cómo la gran mayoría de personas que comparten su vida con un perro no se nos preocupamos de su comportamiento hasta que afecta negativamente a nuestra rutina diaria. En otras palabras, ¿a cuántas personas conoces que estaban encantadas con su perro hasta que les rompió unas zapatillas de deporte o se volvió ansioso, miedoso o agresivo?

Y a partir de aquí hay dos extremos siempre: el primero, es consentir y afirmar que son cosas de perros (lo cual es «sencillo» con el pug o el terrier de turno, pero más complicado con un rottweiler o un pitbull), el segundo, es que ese perro no está educado o no sabe convivir con personas y que algo habrá que hacer (y más de uno se atreverá a cambiar ese con por un cómo).

Además, esto nunca ocurre tras compartir una preciosa excursión con toda la familia o disfrutar de una barbacoa todos juntos; como decía, esto sucede cuando el perro se nos ha meado en el parqué, se ha cargado una silla a mordiscos o ha hecho alguna otra trastada en la terraza; cuando realiza alguna conducta molesta que nos fastidia la rutina, ¿o no? Sigue leyendo «Tu perro y el puñetero síndrome de Walt Disney»