Hablar perro para no matar perros

Este año he dado mis primeros pasos de verdad en una de mis asignaturas pendientes: la educación canina. Lo estoy haciendo a través de cursos, seminarios y, muy probablemente, en breve algún ciclo de formación profesional de educador/adiestrador para seguir aportando más y más en dos de mis proyectos colaborativos: Conectadogs, para el que todo indica que ya tenemos centro, y Dog’N’Roll; y, en verano, lo he acompañado de unas cuantas lecturas de las imprescindibles. Una de ellas es En la mente del perro. Lo que los perros ven, huelen y saben de Alexandra Horowitz (RBA Libros, 2011), que trata temas tan diversos como el unwelt o automundo de cualquier animal, la percepción a través de sus sentidos (en especial, el olfato) y la cognición de los perros: qué ven, qué sienten, cómo sienten.

Quizá por eso estoy más susceptible aún que de costumbre, lo admito, y me tocan mucho los huevos noticias y comentarios sensacionalistas como las siguientes: «Una niña es hospitalizada en Madrid tras ser mordida en un ojo por un perro», que no cuentan nada de nada, y que tienen (siempre) muy claro quién es el culpable y quién es la víctima, quién es el animal y quién no (porque la mayoría de estos idiotas no saben ni que son primates), y, sobre todo, no son más que fuente de odio y disputa con el desconocimiento como estandarte y con las que dejar el suelo lleno de bilis. Esta noticia del 20 Minutos se suma a otras tantas que recogía ABC sobre brutales ataques de perros peligrosos. Cágate, lorito, que apenas somos morbosos. Ante todo, que no se me malinterprete: todas ellas son desgracias y no busco defender lo indefendible: los perros agresivos existen, aunque la mayoría de las veces esa agresividad haya sido generada por la acción humana desde el refuerzo inconsciente de una conducta a la falta de atención ante el lenguaje del perro.

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Así pues, con el mismo espíritu de clickbait —es broma— voy a desglosar los tres grandes secretos que solventarían el 99,99 % de los problemas de agresividad en perros. Exagero, y tres pueblos, lo sé, pero sí hay algo cierto en lo que os decía: la mayor parte de los problemas por los que se producen ataques de perros se reducen a: personas que no tienen derecho a tener ese perro, o ningún perro, falta de interés en la comunicación perro-persona e imprudencia extrema con niños o personas dependientes.

Cada año se abandonan más de 100.000 perros en España, las perreras y las protectoras están colapsadas, y sé que no os cuento nada nuevo, pero ¿cuántos perros viven sin ningún tipo de estímulo? ¿atados veintitrés horas al día a una cadena? ¿sin pisar la calle, sin relacionarse nunca con personas o con otros perros? Solo en España, hay decenas o cientos de miles de perros de familia que no están equilibrados —pasead por urbanizaciones de cualquier provincia, por ejemplo—, animales de raza con necesidades especiales como los pastores alemanes, los belgas malinois o los border collies a los cuales el síndrome del juntaperros les ha hecho más mal que bien: ahora, el perro lobo checoslovaco va en la misma dirección a causa de la película Alpha. Culpabilizar a un perro cuyos propietarios o guías han desquiciado es la salida fácil, la correcta es actuar con justicia, y no permitir que personas que van a desatender a una mascota y a vejarla a todos los niveles ostenten su propiedad, ¿no crees?

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Esto hay perros a los que les encanta, hay perros que se habitúan, otros lo toleran; y también hay perros que les genera miedo, y estrés, y ansiedad, e inseguridad. Cada perro es un mundo: igual que nosotros.

Asimismo, ¿cuántas veces no entendemos qué quiere un perro? Voy a molestar al perro, el perro me gruñe, y le castigo; ¿seguro que eso es lo correcto? Como mucho, inhibirás el gruñido y la agresión vendrá directa. Pero a la mayoría de propietarios/as esto les suena a chino mandarín. ¿Quiere decir eso que un perro debe gruñirte? No, claro que no, pero solventar ese gruñido, que puede atender a cien causas, es algo más que darle un sopapo. El problema entre perros y humanos es que exigimos que ellos hablen humano, pero no nos tomamos el tiempo de enseñarles, y, sobre todo, jamás nos preocupamos de entender su lenguaje gestual. Todo perro hace grandísimos esfuerzos para hacerse entender, pero muchos de nosotros seguimos creyendo que la comunicación con el perro debe ser unidireccional y totalmente jerárquica. Hoy, cualquier familia tiene miles de herramientas, desde cursos de iniciación para mejorar su relación con el perro hasta bibliografía o información gratuita en Internet, empezando por el clásico Las señales de calma de Turid Rugaas y terminando por dibujitos graciosos de Doggie Drawings o la propia Wikipedia. Las ganas para aprender, que las ponga cada cual.

Por último, unido a todo lo anterior, nos movemos entre dos extremos: el animalismo que ve a los perros como seres mágicos de luz —disculpadme la exageración— y los individuos e individuas que solo conciben al perro como un bicho que tengo aquí para decorar o proteger el jardín, como una lámpara o una alarma (deficiente). Pues ni lo uno ni lo otro: el perro es un animal y lo mueve el instinto, pero también siente, se emociona y padece, como nosotros. Y nada de esto debe ser excusa para que un perro y un bebé/niño queden a solas sin supervisión: antropomorfizar, no saber leer o actuar ante un posible problema de comportamiento/ambiente (por ejemplo, de protección de recursos) o la imposibilidad de escaparse ante una situación de estrés o dolor pueden llevar al perro a la agresión. ¿Quién es el guapo o la guapa que me justifica que un perro al que le meten los dedos en los ojos, le gritan y le molestan mientras duerme reaccione negativamente es algo anómalo? No, es que lo que quieres para tu hijo es un peluche, o un Furby, no un perro u otro animal de familia; sobre todo si no tienes el tiempo de controlarles cuando no tiene capacidad de razonar (el niño, digo) ni de enseñar a tu hijo o hija a relacionarse con los animales correctamente.

En definitiva, se trata de hablar perro para no matar perros.

Perro ladrador, poco mordedor

En 1999, al término de la primera legislatura de José María Aznar en la Moncloa, ocurrió en las Islas Baleares algo que lo cambiaría todo: Copi, un dogo argentino que pertenecía a un vecino de Can Picafort, mató a Francisco, un niño de cuatro años. Lo paseaba suelto el hijo del propietario, pero fue este último quien acabó detenido, un tal Alfredo C. Por aquel entonces, no había Ley PPP; ni apenas legislación vinculada a animales domésticos, y Aznar tomó la peor de las decisiones: legislar en caliente. Copi fue sacrificado, igual que lo sería hoy, y el pobre crío enterrado; ¿los padres? destrozados, ¿y España? El país se resumía en las declaraciones que hacía Loyola de Palacio sin tener ni puta idea: «Personalmente creo que en ningún caso se deben permitir este tipo de perros». Los abandonos se empezaron a contar por miles, propietarios aterrorizados, y, entre tanto, un rottweiler protagoniza otra tragedia en Valencia.

Beagle (Chester; familia)
Chester, el beagle que fue atacado y muerto por los perros de los Baxter, en una foto con su propietaria legal.

Hace unos días, en Manchester ocurría otra; esta vez, entre canes. Dos American Staffordshire terrier, o American Pitbull terrier, destrozaban a un beagle. Así, tal cual. Jamás se han mostrado agresivos, decía el dueño: del juego saltaron a la agresión. Alguien grababa. Nadie supo detener el ataque. El beagle, muerto. ¿Los otros dos?, condenados. Baxter, el carpintero propietario de los perros, intentó separarlos, y en honor a la verdad, que venga el listo de turno y los separe él: incluso aquellos que sabemos intervenir, somos conscientes de lo difícil que resulta en la práctica: del porcentaje de aleatoriedad ahí metido.

El beagle se llamaba Chester, y, ahora, su familia quiere dos sacrificios más. Los otros perros no tienen nombre, porque los periodistas no quieren empatizar con ellos. Los otros perros deben morir. Ser sacrificados. Un perro que ataca no es un perro de fiar. Piensan ese tipo de cosas. El problema es que los dueños de Chester piensan en caliente; el problema es que a los dueños de Chester no les gustan los perros: les gustaba Chester. El problema es que nadie sabe qué ocurrió ahí, y el problema es que es una putada y no hay solución buena.

Para buscar respuestas, hay que hacer todo lo contrario a legislar en caliente, pero eso es justo lo que se hará en Manchester; igual aquí. En realidad, lo que va a matar a Deebo y a Loki, cuyos nombres yo sí he conseguido rastrear [noticia original], es la ignorancia de unos y otros. El no tener ni puta idea de prever o actuar frente a un conflicto entre perros; el humanizarlos, y creer que porque sean buenos con tu hija de tres años, nunca van a tener problemas con otro de su especie; y la mala suerte. El lugar. El perro. El momento equivocado. También nos ocurre a nosotros, y a cualquiera, y también acabamos muertos, o en prisión. A ellos les matará el tabú y la ignorancia. El tabú de plantearse cómo se sucedieron los hechos; de si el bueno de Chester tenía problemas de comportamiento, o si todo lo contrario, de si esa inclinación a abalanzarse y marcar a otros perros, la tenía Deebo, o Loki, o los dos. Lo peor es que probablemente a los tres les pudo el instinto: uno midió, el otro reaccionó, el tercero se lanzó detrás del segundo, y desgracia.

Perros (familia Baxter)
Los dos perros de la familia Baxter junto a su hija.

Si en Manchester fuesen inteligentes, harían autocrítica: ¿cómo coño ha pasado esto? ¿Qué leches hago grabando sin intervenir? ¿ ¿Tiene ahí alguien los conocimientos adecuados frente a las responsabilidades que ha asumido? Evaluarían el caso, y lo sucedido; valorarían qué obligaciones tienen los propietarios de un perro (mal llamado) Potencialmente Peligroso y de cualquier perro, y aprenderían. Pero todos sabemos cómo acaba esta historia: con tres perros muertos, y una sociedad que sigue empeñándose en mirar en blanco y en negro. ¿Qué voy a decir yo? No estamos haciéndolo mejor.