¿Por qué Okja no es un cerdo?

A mitad del artículo hay spoilers de la película (con un aviso).

Okja no es un cerdo. Es un supercerdo. Pero Okja no parece un cerdo: no es rosa, sino gris —aunque los cerdos no siempre tengan la piel rosa, excepto en el imaginario popular— y no tiene orejas de cerdo, ni boca de cerdo, ni cola de cerdo; y, sobre todo, no tiene nariz de cerdo.

¿Qué hay más representativo que el morro de un cerdo en un cerdo? Nada. Un cerdo es su morro de cerdo, y, por ello, Okja no es cerdo. Pero quizá la pregunta no sea si Okja es un cerdo o no es un cerdo, sino si Okja necesita ser un cerdo para conseguir empatizar con nosotros, o si, por el contrario, el director coreano Bong Joon-ho cree que se trata de todo lo contrario, de que Okja no puede ser un cerdo para empatizar con nosotros, y ahí, justo ahí, es donde no queda más remedio que crear un supercerdo que, de cerdo, solo tiene parte de su nombre.

Okja y Mija (Okja, 2017)
Okja y Mija en Nueva York.

Todo el mundo debería ver Okja (Bong Joon-ho, 2017). No porque sea un gran film, aunque lo es; no porque sea una crítica sin precedentes al capitalismo, al especismo y, sobre todo, al modelo de consumo actual, aunque lo es; sino porque es el mejor argumento contra el utilitarismo, contra esa premisa tan manida del mueren con un fin… y os explico el por qué.

Okja como un nuevo inicio

Un granjero criará al cerdo más grande, bonito y especial. ¡El supercerdo total! Pero ¿quién será?

El argumento de Okja es simple: el capitalismo llega a los rincones más recónditos del planeta, y también a Gyeonggi, una de las nueve provincias de Corea del Sur, donde no muy lejos de Seúl, Mija y su abuelo crían y cuidan a la supercerda Okja durante más de una década.

Pero 10.000 años de agricultura no siempre permiten echar la vista atrás. ¡Y qué diez mil años! Unas pocas décadas, una vida, la tradición de unos pocos hombres y mujeres es suficiente para no poder concebir algo distinto. Por eso, Bong Joon-ho necesita presentar lo de siempre, pero convertido en algo distinto. Vuelve al inicio; o mejor dicho: crea un nuevo inicio. Uno de ficción, claro, con cerdos mucho más eficientes, una nueva raza, más útil, más grande, menos contaminante, más sabrosa, como si todo ello pudiese hacer olvidar el sufrimiento, y el maltrato, y lo que seguimos escondiendo tras las paredes de un matadero.

Okja y Mija en las montañas.
Okja y Mija en las montañas.

Fundamentalmente, ese es el gran punto de partida del film; un nuevo inicio visual para explicar una historia sobre la que nuestros oídos se han desensibilizado paulatinamente —puesto que pocos se arriesgan a comprobar con sus ojos si todo eso que dicen que se oculta tras el sabor de un trozo de carne es cierto.

Okja es un supercerdo, pero no importa demasiado para la trama, en realidad; una historia que se mueve entre una niña y su mascota, y cómo esta visión utilitarista se convertirá, poco a poco, y a través del vínculo que compartimos humanos y animales, en una narración fantástica sobre los lazos que nos unen como familia. Okja es el perro que nos aterra pensar que un igual pueda ver como alimento, y, sin embargo, como espectadores, nos adentramos en la normalización y la cosificación de un ser independiente que se dirige a nuestro plato. No es una historia de una niña coreana que abandona el Seúl de provincias para chocar con el capitalismo y el utilitarismo; ni tan siquiera es una historia que nos explica la insostenibilidad de un modelo industrial frente a la naturaleza; puede haber rasgos de todo ello, puede haberse vendido a los productores de Netflix así, pero Okja es la lucha de millones de activistas contra el especismo y por un mundo que se niega a maltratar y a matar cuando puede elegir no hacerlo. Por todo ello, despierta los mismos elogios que críticas.

Contiene spoilers de la película.

El fin (siempre) justifica los medios

Que Okja vuelva a las montañas.

No hay atisbo de duda: la Corporación Mirando cree a pies juntillas que el fin justifica los medios, y lo hace de un modo muy similar a la industria que tanto critica el activismo actual: grandes acciones de marketing para hacer creer que sus productos son naturales, libres de químicos y, sobre todo, con un impacto residual en el medio ambiente. Por interés propio, siempre se omite el alcance en terceros (sean animales humanos o no humanos), la compasión por el otro —camine a dos piernas o a cuatro patas— y la responsabilidad individual del consumidor.

Una parte del Frente de Liberación Animal (FLA; ALF, en el original) también cree en esto; por lo menos, al principio, cuando considera que la voluntad individual de Mija no es suficiente, que ayudar a muchos justifica el sacrificio de uno —cuando no tiene por qué ser así— y donde puede verse con claridad que, para unos, el sistema solo muestra castigo (ya lo decía Will Potter, ¿o no?) mientras libera de toda culpa a otros, a los que la economía ha terminado por glorificar.

Okja en la montaña (2)
Okja descansando en la montaña junto a Mija, quien le ofrece una fruta.

Sin embargo, Okja no termina con un nudo en el estómago —aunque quizá un poco sí—, sino con uno de esos cambios pequeños que suman y que acaban por engrandecer cualquier forma de activismo, sea en una remota aldea de Corea, sea en un autobús que viaja a través de los créditos finales de la película entre las reivindicaciones de aquellos activistas que consiguieron silenciar una y otra vez, pero no vencer, ni cambiar, ni hacer que abandonasen la lucha más importante de nuestro siglo.

La importancia de la impotencia

Del cerdo todo es comestible. Todo, menos los chillidos.

En cualquier caso, la escena final es la verdadera clave de la película. Los últimos minutos a través de los que el espectador presiente un final feliz, pero no lo encuentra. Tras los muros del matadero solo hay impotencia, y frente al matarife Mija entiende las claves del mundo que solo conocía en TV: para algunas personas, todo tiene un precio, y el cerdo de oro es suficiente para cubrir la vida de Okja, cuyo valor es incalculable para ambas. Un cerdo de oro por la vida de un animal que siente, piensa, percibe y padece como nosotros…

Antes, lo habremos visto durante la monta en la fábrica de la Corporación Mirando, y en la biopsia sin sentido de una Okja que no comprende qué sucede, y en el maltrato sistematizado, y en la cosificación, y más. Pero el corral de ganado y el matadero son ese «clic» que tanto nos cuesta hacer con vacas, y con pollos, y con cerdos, y con tantos otros animales, que nos demuestra que el dinero es todo lo que importa a algunas personas, pero que todos somos cómplices a través del egoísmo al que empujan el capitalismo, la industrialización o el consumo de animales hoy, cuando comer una vida ya no es un acto elitista, sino innecesario.

Okja (matadero)
La supercerda Okja en el matadero.

No obstante, esa impotencia es la que surge de la empatía, del mirar a los ojos a Okja, o a cualquier otro cerdo, o supercerdo, y de no hallar otra alternativa que la acción, que actuar y ser partícipe de lo que, para cada vez más de nosotros, es la visión de un mundo mejor y más justo; y de ello la última escena dice mucho con pocas palabras.

Algunos dirán que es una historia bonita, pero simple, y esas mismas personas son las que deberían valorar objetivamente qué sentimientos despierta Okja en ellos a lo largo de la película y preguntarse si realmente no lo hacen también todas las otras Okjas del cercado, y de todos los cercados. Algo dentro de uno se remueve gracias a la creación que Bong Joon-ho nos ha regalado este 2017, y parte de ser humano es no negar los sentimientos que afloran. Toca preguntarse por qué lo hacen en Okja.


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El cielo es rosa

Hoy me matan. No hay tiempo ya.

¿Puedes siquiera imaginarte lo que siento?

Me matan por nacer. Por haber nacido en el lugar equivocado; en un lugar distinto al que tú ocupas.

Hoy me matan, y estoy cansada de gritar. Estoy cansada de ser usada, y golpeada y vejada; de ser observada como un mero objeto en esta oscura habitación con rejas.

De veras, hoy voy a morir, y nada tiene sentido. Nada. ¿Recuerdas cuando acerqué mi morro frío hacia tu mano? ¿Cuando te miré buscando una mirada cómplice? ¿Aquella vez que te arrimaste a mí? ¿Qué ha cambiado entre nosotros?

Ayer fui una cría; una cría grande y patosa que deambulaba por el patio vallado en busca de una caricia; hoy no soy nada. Pero tengo la certeza de que fui algo, de que podía haber sido feliz, y de que voy a ser nada; y duele. No sabes cuánto duele.

Detalle del ojo de un cerdo. La fotografía pertenece a Boudewjn Berends.

Basta. Tú puedes hacer algo. Cambia el mundo por mí. Cambia las cosas. Hazlo ahora. Una vez.

¿No puedes? ¿No puedes cambiar el mundo, verdad? Abre la jaula. Corta la reja. Déjame libre. Veo a los cachorros desde aquí; comen, ajenos a todo lo que sucede. ¿Harás lo mismo cuando mi nombre se haya olvidado? Cuando no sea nada, solo tumbas dentro de vosotros.

Hoy me matas. ¿Tuve nombre? ¿Tuve nombre o fui un número más? Hoy me matas y no puedo llorar; solo tiemblo junto al resto, y muero. Hoy muero; y vi la luz del sol después de mucho tiempo; por última vez. Sé que no hay hierba tras de mí; ni agua, ni vida. Solo sangre, y sufrimiento; solo gritos y violencia. Mírame. Mírame una vez antes de ser arrastrado entre rugidos de dolor y tristeza.

Hoy te digo adiós, y quizá me fallen las patas; sé que me golpearás; me electrocutarás; me gasearás. He llegado a rezar por una muerte digna, un final donde no recupere más la conciencia; donde no deba sentir la sangre brotando salvaje de mis entrañas; donde esta pesadilla acabe, por fin.

Hoy no soy. Porque tú y yo nos parecemos, pero mi piel es rosa. Hoy no soy, porque no soy perro ni gato, ni soy tú, y no tengo una oportunidad; soy cerdo. Soy cerdo, y no soy.

Silencio.