Nunca habían tardado tanto en tirar los primeros petardos. Han llegado, esta semana. Las casetas de venta también han abierto tarde. No es por la Covid-19, o no solo es por la Covid, sino por cómo hay cosas que van cuesta abajo y sin frenos, o eso creo.
Quizá me equivoco.
Quizá el mercado ha dicho: «Una po**** me arriesgo este año; mejor abrimos las tiendas tarde; luego, valoramos ventas y ya veremos qué se hace para el año que viene.»
A lo mejor yo le estoy intentando dar una lectura moral, y la cosa va de pasta.
Me ha pasado antes.
El grupo de WhatsApp, y la verbena de San Juan
Estoy en el grupo de WhatsApp de la urbanización, que yo me lo imagino como el típico grupo de padres de colegio. Gente que se pasa el día diciendo cosas políticamente correctas y esconde lo que piensa; luego, otros que están ahí buscando la dosis de interacción social que han perdido en otro lado, y los que lo tienen silenciado. Yo soy del tercer grupo. Abro y cierro cada 300 o 400 mensajes nuevos, pero hoy le he echado un ojo. Algunos hablaban de los petardos, de si podían tirar cohetes y cosas varias que explotan desde su casa, porque es injusto que no les dejen tirarlos en una urbanización de montaña.
Supongo que prevalecerá el sentido común, pero quizá algún idiota quema medio bosque.
No hay que cantar victoria. La estupidez siempre encuentra camino.
Lo que ocurre con los petardos es similar a lo que ha pasado con las mascarillas: responsabilidad individual, o ausencia de. Todo dios quiere democracia, pero, luego, te da palo ir a votar; también que quiten restricciones cuando baja la curva de contagios, pero sin estas, unos no saben qué hacer y otros se van a hacer botellón en burbujas de convivencia de setecientas cincuenta y siete personas.
En definitiva, que el ecologismo, el animalismo y la responsabilidad individual están muy bien, pero el niño tiene que tirar «petardicos» (y el padre). Cuando llegan las verbenas, se nos olvida; nos vale todo: siempre ha sido así, es una tradición… pero, después, tildas al torero de imbécil por la misma frasecita; otro gran hit: la verbena es un único día (mentira, por cierto). En realidad, todas los que quieras: lo hace todo el mundo, no hacen daño a nadie, y blablablá.
La realidad es que es muy fácil llamarse ecologista cuando nada te afecta; es muy fácil decir que estás contra el racismo o a favor del feminismo, siempre que no cuestionen tus privilegios y, sí, es sencillísimo decir que no te gustan los petardos, mientras compras, y prendes, y lanzas, y das por culo a niños y niñas con TEA (o adultos), gente mayor, fauna salvaje, y perros, y gatos. Para cambiar algo, hay que ser conscientes todo el año, no cuando nos conviene.
¿Y si empezamos a hacer autocrítica? Podemos empezar por ser valientes para decir al padre, al hermano, al hijo: «No, no quiero petardos: yo estoy en contra por esto, esto y esto». Decir: oye, no quiero pirotecnia sonora, porque mata animales, hace daño: tiene consecuencias. Decir: no eres tú, ¿sabes?, soy yo también. Soy yo quien decide, quien da ejemplo, quien ayuda a cambiar las cosas.
Gorrión muerto debido a la pirotecnia. Copyright: Animal Ethics.
Siempre estamos exigiendo a los políticos que sean valientes para actuar y legislar, pero ¿y nosotros?
La base de la democracia es la participación ciudadana, ¿no?
Pues empecemos a actuar.
Y no hablo de convertirse en policías de balcón, sino en posicionarnos (activamente) en contra de una tradición, en hacer carteles —como alguien que empezó a informar en Terrassa sobre los peligros de la pirotecnia hace unos días—; en atrevernos a educar, dialogar, y cambiar las cosas.
Deja de contentarte con lo que tienes; deja de contentarte con lo que eres: haz autocrítica y atrévete a seguir cambiando.
Entradas relacionadas sobre las consecuencias de la pirotecnia
La semana pasada publiqué en El Diario.es un artículo sobre cómo los medios normalizan el maltrato animal. Uno de los párrafos que contextualizaban el problema empezaba diciendo: «Tres movimientos tan divergentes como el ecologismo, el animalismo y el antiespecismo están en contra de promocionar este tipo de contenidos… […]« y me sorprendió muchísimo algunos comentarios al pie de la noticia y otros tantos que me han llegado por otras vías.
Parece ser que, por error y con cierta inocencia, asumí que las diferencias entre estos tres movimientos son, hoy, visibles y no suscitan ninguna duda. Sin embargo, los comentarios que leí me dejaron muy claro que, ni tan siquiera, las definiciones básicas de cada forma de pensamiento se entienden siempre. Empezando por el ecologismo, que nunca puede ser sinónimo de animalismo, pues se estructura mediante una posición antropocentrista (es decir, el ser humano como medida y centro de todas las cosas). Entonces, ¿de qué se preocupa el ecologismo y por qué la visión ecologista se considera, hoy, propia de la «vieja escuela»?
A grandes rasgos, el ecologismo y su posición crítica se sustentan en la necesidad de conservar el planeta, así como de preservar su flora y su fauna. En su interior, existe una preocupación por la estética de las áreas naturales, los paisajes, la salud medioambiental o el racismo medioambiental, entre otras cuestiones, pero, en cualquier caso, orientada siempre al beneficio del hombre (como especie). Esto ha dado alas a nuevas vías de pensamiento como los Neo-Greens, que admiten que el cambio climático no es controlable y defienden la creación de áreas verdes para los humanos en un futuro planeta yermo.
Por todo lo anterior, el ecologismo solo regula la caza, la pesca o la captura de animales, no la critica, y tampoco mantiene una preocupación real por los individuos tanto como por los ambientes: en otras palabras, igual que estudiar ecología —el funcionamiento de los ecosistemas— no te convierte en ecologista —preocupación moral por la conservación de los ecosistemas—; el ecologismo no se preocupa del bienestar animal, sino de la existencia de esos animales como especie, entendiendo que estos ofrecen una mayor riqueza a la fauna de un ambiente concreto: bajo esta línea de pensamiento, un cazador que mata cien perdices a la semana por diversión o atrapa y sacrifica a gatos callejeros de una ciudad, puede ser ecologista y preocuparse, hasta cierto punto, por la riqueza y la conservación medioambiental.
Aquí es donde entra el animalismo o movimiento por los derechos de los animales —no busquéis definiciones en el DRAE, que para esto no lo tienen actualizado, aunque, en parte con razón, como explico al final de este párrafo—, que es anterior al término especista, acunado por el filósofo/psicólogo británico Richard D. Ryder. Hoy, suelen utilizarse a menudo como sinónimos a través de una estrategia que permita empoderar el veganismo y los derechos animales, pero, tradicionalmente, los derechos animales han sido profundamente especistas desde la domesticación de los perros —que nadie tiene claro que, en su momento, no fuesen también una posible fuente de proteínas de emergencia—. A diferencia del ecologismo, el animalismo se preocupa por el individuo, pero no siempre por cualquier individuo o especie. Por esto, una persona que colabora en una protectora cuidando a perros y gatos, puede autodenominarse animalista y, a su vez, consumir vacas, pollos y cerdos. También será animalista aquella persona vegana que no se le ocurrirá volver a consumir un animal nunca más, y un vegetariano no estricto que consuma huevos o lácteos. El problema del animalismo, pues, es que, como término, engloba tantos sentidos que se ha vaciado de significado.
Para mucha gente, Javier Roche, el Chatarrero, del Chatarra’s Palace es una persona que entraría en la definición de animalista, y para otros muchos no.
Por último, el antiespecismo defiende que todos los animales son seres sintientes que merecen ser tratados con respeto desde una posición biocentrista, donde el hombre y todos los seres sintientes son importantes para la continuidad de la vida; no obstante, el antiespecismo teórico aplica esta idea al reino animal, entendiendo que este es más importante que cualquier otro —y aquí que cada uno acoja la división en reinos que más le guste/convenza—. Por supuesto, como movimiento cuenta con todo tipo de sesgos cognitivos a vencer todavía:desde cómo respetar a todos los animales teniendo especies domesticadas que dependen de la nuestra a cómo no utilizar ciertos productos manufacturados que nos impone la sociedad actual: el coltán de los teléfonos o el apoyo a industrias y marcas que comercializan productos respetuosos con los animales por demanda del mercado y otros que no lo son. En cualquier caso, muchas críticas centradas en estas ideas aluden a los espacios y situaciones donde el antiespecismo encuentra contradicciones, intentando obviar todas las contradicciones del resto de modelos y el menor impacto que supone a todos los niveles y en cualquier modelo, desde el ambientalista hasta la relevancia de la sintiencia, entre otros. Además, el antiespecismo se divide también entre personas que defienden que debemos ser éticamente responsables con el resto de animales que sufren sin importar su especie (de forma activa) y personas que argumentan que es imposible salvar a cualquier animal herido o moribundo.
El equipo de Gallus Gallus defiende que los daños naturales que afectan a otras especies no deberían ser ignorados y es otra forma de especismo. La imagen original está aquí.
En resumidas cuentas, ecologismo, animalismo y antiespecismo poco tienen que ver entre sí en la actualidad, más allá de que son tres grandes cuestiones de nuestro tiempo: el primero, porque es un modelo caduco, el segundo porque requiere de subdivisiones para comprenderse y el tercero porque tiene mucho por lo que luchar y resolver para triunfar.
Sobre el sentido ético de abandonar la lucha contra la hibridación en especies invasoras que se han adaptado de forma adecuada al medio.
Hasta hace unas décadas, cuando los barcos de mercancías dejaban su carga en el puerto de destino, no podían volver vacíos. La logística dice que, en una economía como la nuestra, lo más racional sería cargar las bodegas y llevar otra carga hasta el siguiente destino. Esto no es algo que resulte conveniente en una economía global, sino también indispensable por una razón muy simple: cualquier barco está construido para navegar con un peso determinado, si este se modifica —sobre todo si ocurre en grandes magnitudes—, la navegación será inviable. Sin embargo, no siempre era posible: a veces, el puerto de destino, no contaba con carga que transportar hacia el siguiente, o no existían, y siguen sin existir, acuerdos mercantiles o relaciones comerciales absolutas entre países.
Para solventar este problema, y hasta que la ecología y la legislación advirtieron que algo rechinaba, se subía agua de mar a las bodegas y se viajaba hasta el destino, desechando toda esa agua y almacenando los contenedores a entregar en el siguiente punto de la ruta. No obstante, como siempre, la ciencia se percató de algo: no solo se cargaba agua de lastre en las bodegas, sino también a todo tipo de animales, plantas y microorganismos que se movían entre el Mediterráneo y el Pacífico, entre el Pacífico y el Índico y, de este, vete tú a saber a dónde. Sin darse cuenta, se había descubierto uno de los mayores problemas que la primera globalización traía: las especies invasoras.
El biólogo Álvaro Bayón escribía no hace mucho sobre la triste historia del visón americano (Neovison vison) en nuestro país; un animal originario de Norteamérica que ha supuesto un impacto enorme en el ecosistema español, tanto como depredador de especies de río y crustáceos, como competidor de otros pequeños mamíferos autóctonos; entre ellos, su primo lejano, el visón europeo (Mustela lutreola) y cuya conquista del territorio se distribuye, en especial, por aquellas zonas aledañas a las cruentas fábricas de piel ubicadas en Galicia, Castilla y León o el País Vasco, y cuyo cierre, de un modo u otro, ha llevado a la competencia y a la hibridación con otros mustélidos[1].
Un visón americano con una presa en la boca.
No obstante, esta práctica, intencionada o no, se remonta muchos siglos atrás, y los mismos romanos trajeron a la península ibérica especies que han conseguido adaptarse al ecosistema sin suponer un problema en el largo plazo, como la carpa (Cyprinus carpio) o la jineta (Genetta genetta). Así, comprobamos que, si bien jugar a ser Dios nunca trae nada bueno, a veces, tampoco trae consigo algo malo asociado, lo que no resulta excusa para seguir girando una ruleta sin premio que antes o después terminará por explotarte en la cara.
Comparativa fisonómica del visón americano junto al visón europeo.
Cabe preguntarse, sin embargo, si realmente somos quién para intentar arreglar un puzle despedazado al que no teníamos permiso para acercarnos. A menudo, las consecuencias de la incorporación de una especie alóctona a otro ecosistema es la destrucción de terceros que no tienen la capacidad de competir o no ser depredados por esta. En tal caso, quizá la destrucción de esa especie invasora, tenga sentido desde una óptica ecologista, que antepondrá siempre a la naturaleza como ente global al individuo como ente sintiente; sobre ello, existirá una enorme variedad de opiniones cuando estos individuos de una especie alóctona se incorporan a un ecosistema ajeno, pero Gallus gallus, una nueva iniciativa dedicada a crear viñetas antiespecistas pone el dedo en la llaga: ¿somos capaces de destruir una especie invasora que no repercute negativamente en nuestro ecosistema por las diferencias que esta tiene con la especie autóctona con la que ha empezado a hibridarse? Este es el caso de la malvasía canela, o pato zambullidor grande (Oxyura jamaicensis), que se diferencia de la malvasía cabeciblanca o común (Oxyura leucocephala) en los colores de su pelaje, razón suficiente para haber sido declarada especie invasora por la Administración y exterminada desde el año 2013.
Esta política, que en el mundo animal pocos ecologistas cuestionan todavía, sería tildada de racista en nuestra sociedad, y también de injusta, donde un individuo que no afecta negativamente al entorno debe ser eliminado a causa de la prevalencia de pureza de una especie. Un concepto que, evidentemente, les «resbala» totalmente a las dos especies de malvasía.
Así, se estila la necesidad de evaluar la amenaza que las especies invasoras suponen a nuestro ecosistema, e incluso se abre la posibilidad de valorar hasta qué punto una (segunda) intervención humana no afectará y supondrá un enorme sufrimiento innecesario a esas especies y si esta tendrá sentido y cuándo; teniendo presente que la mayoría de intentos por controlar especies exóticas invasoras como el visón americano, el avispón asiático o el mejillón cebra[2] han sido un fracaso, por lo que la aprobación de nuevas medidas legislativas —como las que proponen, por ejemplo, Ecologistas en Acción— tiene mucho sentido.
¿Estamos seguros de que podemos luchar contra la naturaleza y vencer? ¿O acaso la globalización supondrá un alto coste a la conservación de la biodiversidad? ¿Estaremos obligados a hacer concesiones éticas y aceptar que conectar los cuatro hemisferios también ha traído sorpresas desagradables para las que no encontramos solución? Y, de haberla, ¿estamos seguros de que está en la extinción sistemática de estos individuos que deben pagar el alto coste de una consecución de errores humanos?
De cualquier modo, la problemática de las especies invasoras se reduce a una sonrisa amarga cuando uno comprende cómo funcionan las cosas. Para ello, tengo la suerte de poder inmiscuirme en una de las disertaciones de Manel Pomarol, jefe de sección del Departament de Territori i Sostenibilitat de la Generalitat de Catalunya, quien ha sido invitado a hablar sobre la tenencia responsable de especies exóticas en la Universitat de Barcelona. Nos explica que cualquier particular que desee dedicarse a la cetrería, puede poseer su águila americana (Haliaeetus leucocephalus); para ello, solo necesita una terraza de 9 m3 y asegurarse de que puede hacerla volar, una vez al año, cuando los agentes rurales lo soliciten.
¿Y si escapa o, simplemente, no vuelve?, pienso. Aunque la verdadera pregunta es qué carencias tendrá alguien que necesita esclavizar a un águila calva.
En algún punto de su discurso, él contesta la pregunta sin necesidad de haberla formulado:
—Deben estar debidamente identificadas; pero si escapa, y, sobre todo, si cría, matamos al ejemplar, y a los híbridos —dice.
Y entiendo lo que dice, y por qué lo dice, pero me parece irresponsable, y también repugnante.
[1] Por su cercanía de parentesco, las tres especies más similares de mustélidos son el visón europeo (Mustela lutreola), el visón americano (Neovison vison) y el turón (Mustela putorius), que, a simple vista, cuentan con más parecidos que diferencias.
[2] En Cataluña, la eliminación sistemática de cangrejo rojo americano (Procambarus clarkii) y del cangrejo señal o del Pacífico (Pacifastacus leniusculusestán) ejemplifican uno de estos debates entre ecologismo y antiespecismo, donde, hay que tener presente que el cangrejo «nativo» (cangrejo de río o cangrejo de río ibérico) también es una especie alóctona (concretamente, italiana), pero bien adaptada, y que, si bien se debe concienciar y educar para evitar el problema de las especies invasoras, puede resultar complicado luchar contra viento y marea frente a muchos de estos problemas de carácter medioambiental que debería tratar la Administración.
Enlaces relacionados:
Catia Faria (2012). Muerte entre las flores: el conflicto entre el ecologismo y la defensa de los animales no humanos. Viento Sur, Núm. 125. Recuperado de: http://bit.ly/2sro0CL
Este es un texto original creado para Doblando tentáculos. Si te ha parecido interesante, quizá quieras adquirir en papel o en eBook De cómo los animales viven y mueren (Diversa Ediciones, 2016), mi primer libro de temática animalista que trata estos y otros muchos temas similares. ¡También está disponible en Amazon!
Por desgracia, la reacción frente a estos artículos sigue siendo, en primer lugar, de total negación a través de distintos argumentos tergiversados que hemos podido escuchar alguna vez: las famosas proteínas (1) han quedado atrás —solo necesitamos usar Google para ver que los vegetales y las legumbres tienen, a menudo, mayor concentración proteica que un bistec o un corte de pescado—, siendo la vitamina B12 (2) aquella que más enfrenta a carnistas —usaré este término para referirme a personas que comen animales y vegetales en el artículo—, vegetarianos (ovolactovegetarianos u ovovegetarianos) y veganos.
Un poco de sentido del humor para un tema tan serio.
Debido a la controversia y la falta de información, en 2009, la Academy of Nutrition and Dietetics estadounidense preparó una nueva definición de las dietas vegetarianas. Dice así:
Las dietas vegetarianas apropiadamente planificadas —incluyendo las dietas totalmente vegetarianas o veganas— son sanas, nutricionalmente adecuadas y pueden ser beneficiosas en la prevención y el tratamiento de ciertas enfermedades. Las dietas vegetarianas bien planificadas son adecuadas en todas las etapas de la vida, incluyendo el embarazo, la lactancia, la infancia y la adolescencia; así como para los deportistas.
Por supuesto, hay muchas controversias agregadas a esta cuestión, desde gasto energético hasta insostenibilidad de casi todos los modelos en nuestro mundo actual —quien ha leído mi primer libro de ensayos puede hacerse una idea sobre algunas de ellas, por ejemplo—, maltrato y sufrimiento animal que, ahora, reconocemos y, por tanto, empatizamos con él, abuso en el consumo de carnes y pescados, acercamiento a dietas nada saludables, etcétera.
En medio de todo esto, hay una cuestión ética que nos afecta a todos (medio ambiente, ecología, especismo y antiespecismo, sostenibilidad, etcétera) y que es la causante última de todos estos debates tan interesantes que deberían ayudarnos a crecer desde el respeto.
Por todo ello, y con el fin de tratar de aclarar algunos cuestiones que me parecieron claves a través de mi paso hacia el vegetarianismo, me he decidido a escribir un artículo hablando de alimentación, ética y las principales dudas que en mí surgieron cuando inicié este camino repleto de estereotipos, falta de información y sobreentendidos que hacen mucho más daño del que parece.
Los tres mitos
En estos últimos tres o cuatro años he pasado por distintas fases en lo que se refiere al consumo de animales y al activismo a favor de estos. En ese tiempo, he escuchado tres grandes planteamientos que hoy, agradecería muchísimo que me aclarasen antes de liarme la manta a la cabeza y lanzarme hacia una dieta vegetariana o vegana.
Una dieta vegetariana (estricta o no) es mucho más sana que una dieta omnívora
Una dieta vegetariana es muy sencilla de seguir y complementar
Si no eres vegano estricto, eres tan mala persona y contribuyes tanto al maltrato animal como un carnista
Aunque parezca triste, esta última frase es una de las que más se repiten en las discusiones entre vegetarianos y veganos; o entre estos y terceras personas que eligen otros tipos de alimentación. En lo personal, y aunque este no es un artículo en el que entrar a hablaros demasiado de mi filosofía, considero que es un error y un modo de prejuzgar sin tolerancia que nunca nos ayudará a conseguir nuestro objetivo aquí: intentar que otra persona abra un poco más la mente a nuestra verdad y consiga ver las cosas a través de un prisma distinto.
Descripción del concepto «tolerancia» de Giovanni Sartori, en Pictoline.
Sobre el primer punto (1), empezaré diciendo que cualquier dieta puede ser desastrosa (para nosotros). Una dieta omnívora bien planificada será sana en la misma medida en que también lo puede ser una dieta vegetariana o vegana; nadie vivirá trescientos años por no comer cierto tipo de alimentos, pero abusar de ellos —o del tabaco, o del alcohol, etcétera— sí puede cambiar esto. Por esto, argumentos como «Yo conozco a un vegetariano gordo» (yo a cientos de carnistas con sobrepeso, por cierto) o «No está bien que digan que el exceso de carne roja aumenta el riesgo de sufrir cáncer» no sirven; es más, son fáciles de explicar mediante la ciencia.
A grandes rasgos, para este punto, podemos remitirnos a lo que mencionaba justo al principio: apropiadamente planificadas. ¿No quieres comer animales? Genial. Yo tampoco. Pero no puedes vivir comiendo macarrones, lechugas y tomates.
Por esto es tan peligroso (2) que cualquiera te diga que una dieta vegetariana o vegana es muy sencilla de seguir. ¿Es sencilla? Bueno, para empezar está bastante claro que, hasta no hace mucho, era mucho más fácil de seguir en Barcelona y en Madrid que en Castilla y León o Andalucía: el número de bares y restaurantes con opciones vegetarianas o veganas es un buen indicador, ¿no? Pero aparte del contexto, hay algo mucho más importante: los aminoácidos esenciales. Sí, hay otras cuestiones a tener presentes (por ejemplo, el mayor aporte calórico de las legumbres, cereales o frutos secos) pero, a menudo este no es más que un argumento simple para intentar hacer ver que los alimentos en este tipo de dietas tienen que llevar un control rígido y en dietas omnívoras podemos relajarnos totalmente, lo que, a todas luces, es falso.
Los aminoácidos esenciales son aquellos que el propio organismo no puede sintetizar por sí mismo. Esto implica que la única fuente de estos aminoácidos en esos organismos es la ingesta directa a través de la dieta.12 Las rutas para la obtención de los aminoácidos esenciales suelen ser largas y energéticamente costosas.
Extracto de Wikipedia, la enciclopedia libre
Dicho esto, ¿qué ocurre con los aminoácidos esenciales? Pues, simplemente, que los productos de origen animal cuentan con todos ellos, por lo que se consideran de «alto valor biológico» (muy útiles, para entendernos), mientras que la proteína vegetal debe complementarsecon el fin de evitar carencias. ¿Es complicado? No, pero requiere de una mayor planificación.
Combinaciones de alimentos que suman los aminoácidos esenciales son: garbanzos y avena, trigo y habichuelas, maíz y lentejas, arroz y maníes (cacahuates), etc. En definitiva, legumbres y cereales ingeridos diariamente, pero sin necesidad de que sea en la misma comida.
Extracto de Wikipedia, la enciclopedia libre
Por dos sencillas razones: una, es mucho más simple acceder a alimentos de origen animal (en el supermercado y comiendo fuera de casa) y, dos, es más sencillo sufrir carencias de aminoácidos esenciales en una dieta vegetariana y, sobre todo, vegana que en una dieta omnívora; incluso aunque esta última no sea en absoluto equilibrada y pueda provocar otro tipo de problemas como sobrepeso o enfermedades coronarias.
Dicho esto, es fácil ver dietas vegetarianas que han sido mal planificadas y son hipercalóricas o deficitarias (sobre todo en vitaminas del grupo B y hierro); a su vez, en las dietas veganas, a todo lo anterior, se suma una carencia de vitamina B12 que solo puede suplementarse de forma artificial mediante cápsulas. Pero… ¿acaso dedicamos el mismo esfuerzo a cuestiones nutricionales en dietas «omnívoras» o solo usamos esta planificación deficiente, cuando existe, y los mínimos casos conflictivos que se han producido en colectivos vegetarianos o veganos (por ejemplo, la niña italiana con niveles bajísimos de hemoglobina y déficit de vitaminas) como un arma arrojadiza?
¿Entonces? ¿Cuál es el problema? El principal problema, pues, es que, como debate social, solemos obviar —o intentar ignorar— las razones fundamentales por la que nos hacemos vegetarianos o veganos (3): para evitar que un número mayor de animales sufran, y contribuir a una mejora del medio ambiente, a la vida de otras personas y a la sostenibilidad del planeta. ¿Por salud? Puede ser una respuesta, pero, desde luego, no es una respuesta siempre compartida. ¿Acaso tiene algo negativo hacer las cosas por conciencia ética y no solo por salud?
En segundo lugar, por supuesto, lo hacemos porque somos omnívoros, y podemos, y es muy importante no olvidar esto también, pues sería absurdo que un carnívoro (que no lo somos), aspirase a vivir de otro modo al que le marca su naturaleza. Sería absurdo, excepto para nosotros, que lo hemos conseguido decenas de veces, y seguiremos haciéndolo, como ya he explicado varias veces en este blog.
Por último, es habitual la crítica frente a otras formas de pensamiento. A grandes rasgos, cada vez más personas vivimos nuestra alimentación desde un sentido ético en el que tratamos de conectar los puntos; otras muchas, no. O no lo hacen o no quieren hacerlo en la misma medida, suele creerse, pero… ¿y si no ven los mismos puntos que nosotros o los leen de un modo distinto? En este sentido, el activismo tiene que luchar por concienciar desde un acercamiento progresivo a favor de lo que cada grupo considere oportuno (sea bienestarismo animal; sea liberación animal): no porque el abolicionismo sea una utopía (hoy, más que nunca, es todo lo contrario, con propuestas como la carne «in vitro» a la vuelta de la esquina), sino porque su afianzamiento llega, tristemente, siempre por la ciencia antes que por la ética.
Por todo esto, creo firmemente en que cualquier persona que juzgue a un tercero por su dieta o se ensalce a través de esa misma acción debe ser ignorada. En un mundo donde un porcentaje enorme de nuestra propia especie se encuentra esclavizada por el resto, para el cultivo de arroz y de café, o por la extracción de coltán para nuestros smartphones, todos tenemos que aportar y buscar una solución real a los problemas éticos y sociales que se perpetúan.
Debemos volver a conectar esa idea tan olvidada que da como resultado la moral, ese concepto que se mueve entre la ética y la acción, porque seguro que ninguno de nosotros hemos vivido las mismas experiencias vitales, y, por lo tanto, es absurdo pretender que nos movamos a través de los mismos valores, y aquí es donde el diálogo se muestra de mayor importancia en la búsqueda de un cambio.
Debemos discutir a sabiendas que renunciar a más y más productos de origen animal no es más sencillo desde el punto de vista alimentario, sino menos, ¿pero de nuestra conciencia ética? Como ya he dicho, dependerá de la ética de cada uno de nosotros, y esta discusión, igual de interesante, queda para el siguiente artículo de este blog.
NdA: Muy probablemente, algunos de los textos tipo «ensayo» sobre temas de carnismo, vegetarianismo y veganismo irán teniendo una menor prevalencia en el blog. Esto es debido, principalmente, a causa de mi trabajo en dos nuevos proyectos —uno de ellos, de temática divulgativa, que estoy preparando con calma para su difusión en 2018; el otro, una guía de viaje en formato novela de la que ya os hablaré más adelante—. Por ello, si bien tengo dos artículos que no me gustaría que quedasen pendientes, comparativamente, empezaréis a ver más entradas de otros de los muchos temas que trato aquí.
Sobre otros temas de animalismo, ecologismo o sostenibilidad, puede que el ritmo de publicación decrezca, pero estos se mantendrán; imagino que, sobre todo, a través de columnas de opinión.
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Hace unas semanas, leía un texto titulado Muerte entre las flores de la doctoranda Catia Faria (adscrita al Centro de estudios UPF de ética animal). Desde lejos, había alcanzado algún otro artículo sobre su trabajo, y no me costó imaginar una hipotética situación en la cual confesase que le gusta el trabajo de los hermanos Coen.
Después, esa muerte me llevó a La cuestión animal(ista)que compiló el colombiano Iván Darío Ávila, centrado en la filosofía moral, la ética para con los animales, el derecho, y el concepto de especismo, entre otras muchas cuestiones. Devoré el libro a mordiscos; luego me senté a pensar en una silla, y caí presa de unos relatos de Jack London sobre boxeo: ¡es de locos intentar cambiar el mundo a todas horas! Muchos eran textos cautivadores, pensaba mientras leía sobre el patético intento de Tom King por vencer a la Juventud —una lección que, entre las cuerdas, se traga con lágrimas en los ojos—; un esfuerzo incólume, titánico, académico en el mejor sentido de la palabra; ¿pero funcionarían? ¿O quedarían en un cajón metafórico hasta que algún Eisenhower, o Churchill, o Hitler, los rescatasen para sus propios fines?
Captura de palomas para su posterior sacrificio en Barcelona.
Quizá el mundo debería ser de los filósofos, de los pensadores, pero el mundo es el mundo, y quizá los filósofos, los pensadores, los académicos, están (¿estamos?, no me atrevería…) donde deben; lejos de una noocracia de la que ya nos previnieron Los Simpson. Aun así, cuando me cansé de leer al sol y escapé a caminar a la montaña con los perros seguí pensando en todo esto; en especial, en los dos temas más polémicos de los que había leído aquel día: el ecologismo frente al antiespecismo, con un peso enorme en los actuales proyectos de actuación territorial y ambiental, y la preocupación e intervención ética para paliar el sufrimiento inherente en la naturaleza: es decir, no solo la caza, que supone un maltrato activo por nuestra parte, sino todo el mal que podamos prevenir a esos individuos sin modificar el propio estado natural.
De este modo, el academicismo (antiespecista) lucha por preservar los intereses de los individuos frente a la propia naturaleza, mientras que el ecologismo práctico en nuestros bosques, montañas y mares sigue aquel dogma rancio del «todo vale» por un bien mayor; sin importar cuántos individuos de especies exóticas, o híbridos, deben ser sacrificados o cuánto aumentan los presupuestos en batidas de «caza de control», trampas para aves o pienso mezclado con nicarbazina.
El principal problema, sin embargo, es que todas esas sillas —las que, de un modo u otro, se encuentran en la garganta de la Administración, y aquellas que se niegan a abandonar el cosmos universitario— no se deciden a escoger un bello espacio neutral en el que plantarse y debatir sobre los necesarios cambios que la ciencia y nuestra nueva conciencia ética exige para el futuro. Puede, no obstante, que esa conciencia ética señale el camino, pero falle al acercarse hacia canales más divulgativos, sea por desconocimiento de la naturaleza de los mismos, sea por miedo al rechazo.
Sí es cierto que ya nadie puede dudar sobre el hecho de que el resto de especies sufren, y merecen respeto, y que, en modo alguno, están ahí para que nosotros, Homo antropocéntricus, encontremos una utilidad en ellos, ¿pero acaso nadie duda? ¿O una inmensa mayoría continua ciega ante el problema? ¿Y hasta qué punto no deja de ser culpa nuestra en la medida en que no se lanzan campañas de sensibilización y educación ambiental? O mejor todavía, en la medida en la que no se potencia el saber, el espíritu crítico, el empirismo… Porque el movimiento por los derechos de los animales no es uno, sino cientos, lo que, por suerte, dificulta, y mucho, las posibilidades de cribar perfiles, públicos y filosofías, pero también exige estudio, debate y acuerdo, lo que, por mucho que se diga, el movimiento de liberación animal lleva tan mal como las administraciones, y viceversa.
Este es un texto original creado para Doblando tentáculos. Si te ha parecido interesante, quizá quieras adquirir en papel o en eBook De cómo los animales viven y mueren (Diversa Ediciones, 2016), mi primer libro de temática animalista que trata estos y otros muchos temas similares. ¡También está disponible en Amazon!
Si pasas mucho tiempo pensando en una cosa, nunca la harás.
Bruce Lee
Tendemos a creer que las palabras ‘medio plazo’ no significan nada más que futuro. Pero el futuro llega, antes o después, pero llega, y se convierte en presente y en pasado a una velocidad vertiginosa.
A mediados de los años ochenta nací yo; mis hermanos, por el contrario, lo hicieron al inicio y al cierre de la década. Desde mucho antes de nuestro nacimiento se hablaba de ecologismo, de economía sostenible, de contaminación atmosférica e incluso de derechos provida animal. En el siglo XVIII, por ejemplo, nació la idea de feminismo, ligada a la igualdad de oportunidades entre los géneros, y que cristalizaría muchos años después en el llamado feminismo radical de los sesenta, que de radical tenía bien poco, y que no hemos conseguido ni tan siquiera consolidarlo en la vieja Europa donde nació.
Ante nosotros, el medio plazo se asemeja siempre a una excusa, y nunca a una oportunidad para cambiar las cosas a tiempo. Cada minuto mueren millones de animales en los cinco continentes: en perreras, en mataderos, en plazas de toros… ¿Y si estamos equivocados? ¿Y si no necesitamos la carne de otros animales para vivir saludablemente? ¿Y si sienten, y sufren, y padecen? ¿Y si no podemos prescindir de ella pero este modelo de consumo tiene una fecha de caducidad de poco más de treinta años?
Yo no quiero morir con sesenta años si puedo evitarlo; por eso, lo digo, y lo repito, y lo repito. Nuestro modelo de consumo tiene una fecha de caducidad no muy superior a las tres décadas. Así que mientras soñabas con vivir un siglo entero, con curar enfermedades como el cáncer, el alzhéimer o el ébola, mientras te preocupabas por conflictos de ámbito internacional que desearías ayudar a combatir (terrorismo, sistemas económicos, guerras, hambre, drogas, contaminación…), tú, yo, todos, nos hemos negado a informarnos y actuar a nivel local, e incluso somos reticentes a entender que muchos de los problemas globales pueden estar derivados de nuestro modo de vida y nuestras formas de consumo diarias.
Debemos ver el medio plazo como una oportunidad, pero también como una imposibilidad. Bruce Lee lo resumió en una de sus frases más famosas, así que quizá sea mejor recurrir a un hombre sabio para concentrar la idea: “Knowing is not enough, We must apply. Willing is not enough, We must do.”Me atrevo a traducirlo para ti: Saber no es suficiente, debemos aplicarlo. Estar dispuesto no es suficiente, debemos hacerlo.
Es fácil leer este libro, o esta recopilación de ideas; o debería serlo, porque no pretende ofrecer una lectura lenta y anquilosante para tus ojos; lo difícil es salir y cambiar el mundo, grano a grano. Lo difícil es abandonar nuestra zona de confort, preguntarse por qué ocurre esto o aquello, si no habría otra forma de hacer las cosas; ser activos, hacer, equivocarse, mejorar.
Bruce Lee en Game of Death (Bruce Lee, 1973), la última película que filmó; quedó inconclusa durante varios años hasta que Robert Clouse (Enter the dragon, 1973) consiguió terminarla utilizando dobles y ‘rellenando los huecos’ en montaje.
¿Observamos nuestro alrededor con una mirada analítica o preferimos obviar lo que ocurre frente a nosotros? ¿Nos paramos a pensar en soledad por un par de horas? ¿Somos felices con lo que hacemos? Con nuestro trabajo, con nuestros intereses, con nuestras preocupaciones… ¿Estamos integrados y luchamos por solucionar todo aquello de lo que siempre quisimos formar parte? ¿O estamos viviendo la vida que el mundo (otros) nos ha marcado?
Si nos detenemos por un minuto, si nos abstraemos del ritmo frenético que se mueve en cualquier calle de una ciudad, de una fábrica, de una carretera, vemos que, en realidad, todo fluye contracorriente. Y nosotros, por costumbre, ajenos al movimiento, hemos naturalizado ese descenso.
El activista Gary Yourofsky resumen el consumo de carne mediante cuatro premisas: hábito (habit), tradición (tradition), conveniencia (convenience) y sabor (taste). Para él, esas son las cuatro razones que explican el consumo de carne de otros animales hasta la fecha. Las dos primeras también son aplicables a cualquier excusa que queramos imponernos para evitar luchar por nuestros sueños, hasta el punto de creer que todo a nuestro alrededor ocurre por conveniencia, lo que es falso, y terminar por cogerle el gustillo, que significa el fin del medio plazo.
Controvertido cartel de la asociación animalista Anima Naturalis que relaciona la ingesta de carne con una mayor inclinación a sufrir problemas cardiovasculares y cáncer.
Concluyo estas ideas volviendo a Bruce Lee, uno de los pensadores y maestro de artes marciales (por ese orden) a quien más admiro. Sería bueno recordar que él jamás tuvo miedo del hombre que había lanzado diez mil patadas; por el contrario, temía a quien había lanzado una patada diez mil veces. No hay forma de derribar o vencer a las ideas, el problema es que necesitan a gente que las extienda una y otra vez.
Esto es un extracto de una serie de textos que estoy preparando y que recogeré bajo el título De cómo los animales viven y mueren. Por ello, si algunas ideas parecen dispersas se debe a que estas estarán integradas dentro de un capítulo dedicado al consumo de carne en el mundo y aquí puede haberse perdido parte del discurso.
En la carpeta puede leerse: Animaladas, y recoge historias de las que muchos y muchas preferirían no ver, escuchar o saber jamás. Esta carpeta tiene un propósito mucho mayor de lo que a priori pudiera parecer: pretende cambiar el mundo, con palabras; dando forma al pensamiento, buscando otros caminos, fundiendo una conciencia tras otra.
Pegada a ella hay un post-it de color amarillo con el siguiente mensaje: No tienes por qué hacerlo, en homenaje al DON’T TRY de Bukowski. Y en su interior hay ideas; ideas que no gustan, e historias que repugnan y, a veces, caminos a seguir. En el margen superior de la primera hoja, centrado, y en fuente Times New Roman 12 está el título:
De cómo los animales viven y mueren
Las siguientes líneas no son más que una declaración de intenciones; o quizá el breve prólogo de un proyecto que lleva tiempo rondando en mi cabeza.
No tienes por qué hacerlo. No tienes por qué creerte mejor que los demás por comer cerdo, y no perro. O por vestir prendas sintéticas mientras comes una tostada con foie. No se trata de eso; no tiene relación con si eres omnívoro, carnívoro, vegetariano o vegano; no tiene relación con si vistes cuero, o si jamás se te ha pasado por la cabeza. No es cuestión de comercio justo, o neocolonialismo; ni tan siquiera de sentimientos, o espíritu, o alma.
Se trata de saber. Saber que en algunas fábricas de Rumanía despellejan vivos a los patos, que el foie gras es producto de una enfermedad (cirrosis) que se provoca intencionadamente a las ocas; que comes carne criada en cautividad, de vaca, de ternera, de cerdo, que jamás vio la luz del sol, que ha sido sobrehormonada y trágicamente muerta de un modo total y completamente antinatural e inhumano.
Durante años he escrito historias; algunas eran mera ficción, otras eran experiencias volcadas en un papel. La víspera del día de Reyes del año 2015 murió Caos. Y el día 8 de ese mismo mes, El Huffington Post, El País y centenares de blogs conocían nuestra historia con aquel perro que encontramos en una carretera tocando la medianoche.
Cuando vi cómo mis palabras habían llegado a más de 1.000.000 de personas, no podía creérmelo. Sabía desde el principio que era un tema delicado; un sentimiento al que había dado forma en palabras, y a través del que muchas personas podían identificarse. No importaba si era Caos, Coco, Nuka, Dana, Piula o cualquier otro perro; Caos se había escapado, pero nos había hecho un último regalo: la universalidad de su historia.
Más tarde, quizá me contagié un poco de esa tenacidad que mi perro ofrecía paso tras paso. Reduje mi carga de trabajo, y empecé a escribir. Entonces me planteé: “Quizá no solo es cuestión de hacer o no hacer en lo que respecta al maltrato animal, a nuestro modo de vida y a nuestra forma de consumo; se trata de conocer qué hay detrás de esa granja, de esa fábrica de piel e incluso de esa multinacional de la telefonía.”
Quizá nos han dicho tantas veces que no es posible que hemos terminado por creerlo; yo también lo hice; después vi cómo un perro moribundo volaba. Y ahora no puedo evitar querer cambiar el mundo igual que él lo hizo: lento, muy lento, pero firme.