Tenía yo nueve años, unos meses más que tu hija, y ni la más remota idea de quién eras, o qué hacías a cientos de kilómetros del mar. Al final, te imagino tranquilo, concentrado en el camino y al ritmo del lerele. Te sospecho acercándote hacia donde querías estar del día uno al día catorce; no en La Moraleja; mucho más lejos.
Te escribo al rasgado de la cuerda de tus ancestros; hoy, muchos contigo, y otros aún aquí. Y lo hago para decirte que tú también sigues aquí, y que la cagaste. Que sigues aquí, en lo hondo, pero que le faltas a todos aquellos a quienes no les diste tiempo a conocerte; y a los tuyos más que al resto.
Te escribo como roquero y desde el corazón, como tú; como tú que por mucho que digan eras roquero y eras de extremos, y la de años que me ha costado descubrirlo. Roquero, y flamenco, y transgresor, que ha llegado el punto en el que aquí es lo mismo. Hablo de mente, y de espíritu, pero tú ya me entiendes. Sigue leyendo «Joder, Antonio, ¿aún estás aquí?»