El animal que hablaba más de la cuenta

El chimpancé se sentó frente a nosotros y se quedó mirándonos, muy quieto. Miquel me explicó que nos saludaba; me sorprendió y, a la vez, no lo hizo: si un perro o un cerdo tienen una asombrosa memoria procedimental, ¿qué no podrá hacer una especie que comparte con nosotros entre el 96 y el 99 % de su genoma?

Eso no fue lo único que me explicó aquel día. También hablamos de toda la gente que contactaba con la fundación para intentar vivir un día entre primates (¿sabrán ellos que lo hacen constantemente?), sin comprender que un centro de recuperación es un espacio que busca devolver a un animal a su entorno; y si esto no puede ser, ofrecerle una alternativa lo más cercana posible. Sin saber que un chimpancé puede arrancar el brazo de un ser humano de cuajo, y, sobre todo, demostrando que esa forma de pensar que pervive es la misma que los llevó allí y que les ha negado un futuro en su verdadero hábitat.

Chimpances

Allí, donde acabó el chimpancé que fumaba en Crónicas Marcianas, y también el que le regalaron como mascota a la primogénita de una familia riquísima de Dubái; muchos otros que salieron de circos, y de colecciones privadas. Tras el tendido eléctrico, está aquel que abrazaba a los visitantes para fotografiarse cien veces por hora, y quien fue obligada a vivir encerrada en una jaula durante interminables horas cuando dejó de ser un bebé.

Pero esto no es nuevo. Se trata de desconocimiento e intereses privados. Es lo mismo que hacen millones de marcas con el aceite de palma, cuyo etiquetado en muchos países ni tan siquiera es obligatorio, o puede esconderse tras conceptos como grasas vegetales, que poco o nada dicen, y que la mayoría de nosotros ni consultamos antes de comprar Tulipán, Panrico, Nocilla o Yatekomo (¿lo sabrá Dani Rovira, cuya labor animalista ha aparecido tantas veces por televisión?).

Mientras pensaba en todo esto, me acordé de Dumba, una elefanta adulta que apareció por las redes sociales; se denunciaba públicamente a sus dueños, dedicados al mundo del circo (quien me haya leído un poco, ya conocerá mi opinión, imagino), por mantenerla en un jardín de 100 m2 en Caldes de Montbui (Barcelona). Un animal con múltiples estereotipias, como informa FAADA, y un declive paulatino desde hace cinco o seis años; obligada a realizar conductas no naturales y, directamente, prohibidas en Cataluña, y frente a la cual se congregan grupos de colegiales en excursiones (supuestamente) formativas, que no cuentan con ninguna medida de seguridad más allá del amaestramiento de su —en este caso, sí me parece pertinente usar esta palabra— dueña.

Dumba (2016) FAADA
Fotografía de la elefanta Dumba en 2016. Para más información sobre el caso, podéis leer el enlace a FAADA.

Otro Arturo, que nos toca más de cerca, y para el que no se plantea medida alguna por parte de la Administración. Con Dumba, la culpa también se reparte, por falta de conocimiento, y por inacción de todos; porque ella no vive bien, y parte del problema es que no sabemos cómo viven todos estos animales. Parte del problema es que creemos que un zoológico es educativo, e incluso aquellos contrarios a un circo, a un zoo o a una empresa que anuncia cursos de adiestramiento multiespecie y que perpetúa un modelo ya de por sí erróneo (y muy lucrativo, no lo olvidemos) que pasó del rescate a la cría y la selección, no entienden qué significa un centro de rescate y recuperación; no entienden que no podemos cambiar los modelos de un día para el otro, pero, sobre todo, que hay dos grandes barreras: una la tenemos muy cerca, y es el apoyo activo, con carros de caballos, y zoológicos, y espectáculos de todo tipo, y explotación industrial; la otra quizá es más velada: conocimiento, información, interés; cerrar la boca —sí, lo contrario al deporte nacional de este, y de muchos otros países— hasta tener algo coherente que decir, algo con fundamento, y evitar que tengamos que oír que la solución es llevar a Dumba mañana a una sabana africana, o cerrar todos los circos y los zoos de un día para el siguiente; topándonos con el sacrificio sistemático de una mayoría y con el fracaso de todos.

Reserva natural en China

Poco antes de morir, Umberto Eco lo clavó: «El drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo como portador de la verdad.» Eso sí, no confundamos la necesidad de un medio plazo con otra excusa para perpetuar un modelo que ya debería haber desaparecido en todo Occidente, y empezar a erradicarse en otros puntos del planeta; y es que ya lo decía un acertado titular de La Vanguardia hace más de un año: el zoo del futuro no quiere rejas.


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Arturo y la libertad

Murió Arturo. Ya se acabó. Quedará para cada uno —y en especial para los de siempre— si existió una solución mejor, una forma de liberarlo de los barrotes o de ofrecer una mínima calidad de vida a esa presa que vivió cautivo treinta y un años.

El animal más triste del mundo. El último oso polar recluido en Argentina. Arturo, quien soportó temperaturas de más de cuarenta grados durante el verano austral; en una piscina, en el interior de una jaula de escasas dimensiones. Triste, deprimido, muerto en vida, como tantos otros animales que, como nosotros, no pueden soportar la visión eterna de una celda entre ellos y el mundo.

Oso Arturo (fotografía)

El Zoológico de Mendoza se atrevió a comunicar que ha vivido una larguísima vida, notablemente más extensa que la mayoría de sus congéneres, obviando el hormigón coloreado en azul, la soledad, el aburrimiento, el estrés; incluso la charca con dos palmos de agua que mezclaba lágrimas y un anhelo de naturaleza que nunca fue saldado.

La reclusión no casa bien con el instinto, el mar, el frío, la supervivencia, la caza, la compañía de los suyos, la libertad, y aún menos en las condiciones inaceptables de Mendoza, donde han fallecido decenas de animales en los últimos meses.

En mayo, colectivos animalistas argentinos y activistas de todo el mundo reclamaron el traslado de Arturo a una reserva: se desestimó; según los mismos carceleros que lo mantuvieron encerrado veintidós años en Argentina y otros ocho en los Estados Unidos, el estado de salud del oso polar no era adecuado.

Oso Arturo (viñeta de Paco Catalán)
Viñeta de Paco Catalán Carrión (05/07/2016) sobre el oso Arturo, que murió en el Zoológico de Mendoza el 4 de julio de 2016.

¿Ha muerto de viejo, o de tristeza? De cualquier modo, ha muerto; dejándose llevar, con esa pose inerme que ensayó, afligido, durante décadas; sin conocer ese atisbo de libertad que una reserva puede ofrecer a un animal que, de un modo u otro, seguirá cautivo de su pasado, pero con la que, de haberlo sabido, seguro que hubiera soñado.

Lo peor, lo verdaderamente malo, es que la cobardía llegó hasta su fin. Ninguno de los responsables pensó, por un instante, en trasladar a Arturo, el animal más triste del mundo, lejos de aquella cárcel de hormigón, de arriesgarse, de ser un poco más humanos, y de permitir, aunque solo fuese por un tiempo finito, como el de todos, que Arturo pudiera volar lejos de su pesadilla diluida en azul.

¿Qué le vamos a hacer? Al final, fue él quien alzó el vuelo, reprendiéndonos como solo el corazón de un animal sabe hacer .


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