Llega la Navidad. A mí la Navidad pichí pichá; bueno, que me gusta, pero no mucho: hay cosas que no apreciaba y ahora aprecio, y hay cosas que no entendía, y ahora entiendo. Las primeras me hacen sentir nostálgico, y no me gusta; las segundas me hacen sentir gilipollas, y me gusta todavía menos. ¿El resto?, el resto bien.
En estas fechas, me imagino dos cajas: la primera con las patochadas de viejos y la segunda con las gilipolleces que cada día soporto peor. En la primera caja (¡la caja!, ¡la caja!; perdón) guardo a los abuelos, a la familia reunida y esas cantinelas. La típica matraca que es un fastidio, porque sabes que es verdad: que el tiempo pasa, que la gente se va, y que nada es eterno. Eso sí es un regalo cuando lo tienes, aunque no lo sepas, pero ni de pu…ñetera casualidad sería tan apreciado si no tuviese fecha de caducidad. En definitiva, que te haces viejo y piensas en cosas de viejos, y eso molar, molar, pues mola regular.
Sin embargo, las que de verdad joden son otras, como el síndrome del cristiano protestón, que cree que el día de Navidad, el de todos los santos, o la Inmaculada Concepción, deberían ser de uso y disfrute exclusivo para devotos, el cuñado con la puta política, el otro con la historia de aquel año en el que el Gordo casi… pero no, y, rey de reyes, ¡sanctasanctórum!, conversación arquetípica de primera división, con plus de pesadez por cogorza encima, el ¿¡niño-por-qué-leches-no-comes-jamón-con-lo-güeno-que-está?! que sufrimos el 8 % de los españoles, y subiendo.
Ahí, con tu plato de lo que coño sea, sin bichos, y, sobre todo, sin decir nada, sabiendo que el tema va a aparecer (¡y vamos que si aparece!), con la misma gente que lleva tres lustros preguntándote lo mismo; que te vienen ganas de hacerte un Rubianes, cagarte en tos sus muertos, que son los tuyos, y poner la mesa patas arriba con el cochinillo de los huevos como peineta de regalo para la vieja de los cojones. ¡Si casi prefiero a mi cuñado dándome razones para que vote a Ciudadanos, hombre! Ríete tú del chino de Tianmeng: ¡yo sí que soy un rebelde, joder! ¿¡No ves que me estoy comiendo una mierda de berenjena delante de todos en silencio?!
Pues así, cada año: que si quieres hacerte una foto con la pata del jamón, el corderito: qué pena/lo güeno que está, o el ¡bueno!, es que a ver qué comeríamos si no, ¡y en fiestas! Y tú pensando: me cago en la puta con la berenjena insurrecta, si es que vas provocando, Javier. El año que viene te traes un variado de lechuga o algo con forma de frankfurt, que siempre tranquiliza y ayuda a mantener el statu quo navideño, que la berenjena debe ser el mismísimo Guy Fawkes iniciando la jodida conspiración de la pólvora.
En pocas palabras, que la segunda caja es esa que te regalan por Navidad la prima que se iba con Chimo Bayo de viajes (sí, sí, en plural), el capullo del cuñado que vota a Ciudadanos y la tía Encarni, que se te confiesa ante las chuletas de cabrito, diciéndote: «Pobrecicos. Si les tuviese que matar y trocear yo, te aseguro que no me los iba a comer.» Y tú la miras compungido, pensando: ¿no habrá más puñeteros temas de conversación en el mundo? Y sobre todo: ¿por qué la tía Encarni, el cuñado y la madre que los parió no le han tocado al vegano cansino que se pasa el día tostándole la oreja a todo dios mientras se masturba mentalmente por ser un verdadero catalizador del cambio social?Pues no. A mí. Todos. Avaricioso que es uno.
En definitiva, que llega la Navidad. Eso ya no hay quien lo pare. Pero siempre nos quedará la cerveza, el vino y el champán. Y es que, aunque necesitemos otros trescientos sesenta y cinco días para que se entienda la diferencia entre gusto/ética y querer/poder, nadie nos ha dicho que tengamos que soportar la espera en alta definición. Así pues, a las copas y a poner la cortinilla del Canal+.
Hace unos días, Vitónica publicó un artículo sobre McVegan, la nueva hamburguesa vegana que McDonalds ha lanzado en Finlandia como prueba piloto. ¿Por qué allí? Ni idea. No es por número de vegetarianos o veganos, en principio, que resulta muy inferior si lo comparamos con otros países relativamente cercanos como Alemania (8 %) o Suecia (10 %). Quizá interesaba circunscribir la prueba a un menor volumen de mercado o el público potencial en la ciudad de Tampere donde se circunscribe el experimento es alto… Aun así, la pregunta es otra: ¿triunfará? Y todo indica que podría ser que sí, ya que el público general se ha polarizado radicalmente ante esta oferta de hamburguesa de soja con doble ración de lechuga y tomate, que incluye tres grandes problemas anticapitalismo, comida basura y maltrato animal; o eso afirman sus grandes detractores… ¿pero es cierto? Vamos con la disección…
Capitalismo son palabras mayores
¿Es posible que el veganismo triunfe fuera del sistema?
Métete la mano en el bolsillo, o échale un vistazo a tu mesa: ahí, sí, donde está tu smartphone dandoespasmos continuos entre notificación y notificación, junto a esa lata de cerveza que te tomaste ayer y que no te has acordado de tirar en la bolsa del plástico, esa pantalla 4K que vete tú a saber cómo se ha fabricado y esas galletas Oreo que tienen la virtud de matar a un único animal.«Una hamburguesa vegana en una gran cadena de comida rápida es la gran victoria del capitalismo frente al veganismo» según comentan muchos activistas: ¿es eso cierto? En realidad, es posible. Pero supongo que habrá que hacerse varias preguntas más: ¿es posible que el veganismo triunfe fuera del sistema o enfrentado al capitalismo?, ¿viven estos activistas fuera del sistema o lo critican desde el interior?, y si la respuesta a esto último es afirmativa: ¿qué legitimidad tienen para criticar una hamburguesa vegetal cuando visten, comen o utilizan miles de productos propios del sistema capitalista? ¿No son acaso tan falsos como la China comunista que adora la Coca-Cola?
McVegan, sana lo que se dice sana, nadie dice que lo sea.
El primer contra, pues, no consigue tener demasiada legitimidad y resulta uno de los problemas fundamentales del movimiento vegetariano: ¿por qué demonios hay gente que quiere demostrar que es diferente? ¿No se nos cansa la boca de decir que resulta facilísimo cambiar una dieta omnívora a una vegetariana o vegana? ¿Entonces? ¿De dónde sale ese proselitismo que se atreve a decir que una hamburguesa nos hará perder la batalla por un mundo más justo para los animales? ¿No es exactamente eso lo que conseguiremos cuanta más gente adopte un estilo de vida más respetuoso con los animales? Este argumento me resulta muy similar al que mucha gente que solo critica esgrime contra las iniciativas que han conseguido influir en millones de personas, como los lunes sin carne. Si dejamos de ser solo una opción política y social que se define por contraposición al sistema, ¿no tendremos muchas más opciones? ¿Seguro que la forma de vencer no es formar parte e intentar dar ejemplo sin juzgar?
¡Apoyarás la mayor masacre de animales de la historia!
¿Hace más daño McDonalds que un gran supermercado como Carrefour, Mercadona o Alcampo?
Segundo argumento en contra: McDonalds mata animales; si te comes una hamburguesa de soja allí, estás dándoles dinero para que sigan matando animales. Esto es como el sancta sanctórum del triunvirato contra la McVegan, y si no fuera porque el maltrato animal es un tema que me pone de muy mala leche, me empezaría a reír con todo el descaro. No es que a mí me encante la cadena del payaso de IT, y, sin embargo, no me puedo tomar en serio un argumento así: ¿hace más daño McDonalds que una gran supermercado como Carrefour, Mercadona o Alcampo? ¿El veganismo solo puede seguirlo gente que compre en minoristas y guarde la comida en tarros de cristal? Quizá se nos esté yendo la pelota un «pelín» por una pu…ñetera hamburguesa, ¿no? Además, ¿por qué no darle la vuelta? Con otra opción más en el menú, ¿no habrá mucha gente que descubra las alternativas a la alimentación tradicional? En mi experiencia, que se une a la de muchos otros conocidos y amigos activistas por los DD.AA., muchos amigos y amigas que quedan conmigo para tomar algo, comen algo vegetariano o vegano porque no les apetece carne ni pescado ese día, y otros respetan mi opción, y devoran lo que les apetezca. Plantear una solución fuera del sistema es no entender, en absoluto, la magnitud del problema; es el mismo argumento que esgrimen miles y miles de personas mal informadas que quieren frenar el cambio climático con agricultura extensiva sin percatarse de que somos demasiados millones de personas para que esto sea posible.
—Niños, ¿queréis una McVegan?
¡No es sano!
Aquí estamos mezclando dietas saludables y ética.
No es sano, ¿verdad? No, ¿y? Yo soy vegetariano y no como (ni bebo, sobre todo) siempre sano. Otros serán veganos, y no comerán siempre sano. Habrá veganos y veganas gordos y gordas, delgados y delgadas, y campeones de CrossFit o halterofilia, y no pasa nada: ahí tienes el ejemplo de las Oreo, de los cientos de cereales hiperazucarados o de cremas de verduras repletas de almidón, de las miles de leches vegetales con una barbaridad de agregados, o de sacarosa, siropes, melazas o dextrosa. Aquí estamos mezclando dietas saludables y ética. ¿Existe una mayor predisposición a informarse de cómo seguir un estilo de vida saludable entre estos colectivos? ¡Por supuesto! Pero también comemos pizzas, y fritos, y, por lo menos a mí, me encantaría tener una opción de comida rápida para un día que me dé pereza cocinar o me apetezca comer una guarrería. ¿Hay gente que nunca iría a McDonalds por esta razón a comer una hamburguesa de soja? ¡Claro que sí! Pero su premisa es contraria a la comida basura, no al maltrato animal aquí.
Desconozco si la McVegan llegará o no, y de ser así, si fracasará o triunfará, pero lo que tengo claro es que se trata de otra opción más en el menú, algo que debería ser siempre positivo para el vegetarianismo si los productos encajan con su ética, y poco tiene que ver con ser o no saludable, capitalista o no ser lo único que encontremos en el menú. Alguien comentó en Vitónica: «Me parece ridículo. Luego nos ganamos la mala fama con razón.» Con lo último no puedo estar totalmente de acuerdo, con lo primero sí: que no nos dé pereza revisar nuestros argumentos si queremos seguir cambiando el mundo a nuestro alrededor.
Por desgracia, la reacción frente a estos artículos sigue siendo, en primer lugar, de total negación a través de distintos argumentos tergiversados que hemos podido escuchar alguna vez: las famosas proteínas (1) han quedado atrás —solo necesitamos usar Google para ver que los vegetales y las legumbres tienen, a menudo, mayor concentración proteica que un bistec o un corte de pescado—, siendo la vitamina B12 (2) aquella que más enfrenta a carnistas —usaré este término para referirme a personas que comen animales y vegetales en el artículo—, vegetarianos (ovolactovegetarianos u ovovegetarianos) y veganos.
Un poco de sentido del humor para un tema tan serio.
Debido a la controversia y la falta de información, en 2009, la Academy of Nutrition and Dietetics estadounidense preparó una nueva definición de las dietas vegetarianas. Dice así:
Las dietas vegetarianas apropiadamente planificadas —incluyendo las dietas totalmente vegetarianas o veganas— son sanas, nutricionalmente adecuadas y pueden ser beneficiosas en la prevención y el tratamiento de ciertas enfermedades. Las dietas vegetarianas bien planificadas son adecuadas en todas las etapas de la vida, incluyendo el embarazo, la lactancia, la infancia y la adolescencia; así como para los deportistas.
Por supuesto, hay muchas controversias agregadas a esta cuestión, desde gasto energético hasta insostenibilidad de casi todos los modelos en nuestro mundo actual —quien ha leído mi primer libro de ensayos puede hacerse una idea sobre algunas de ellas, por ejemplo—, maltrato y sufrimiento animal que, ahora, reconocemos y, por tanto, empatizamos con él, abuso en el consumo de carnes y pescados, acercamiento a dietas nada saludables, etcétera.
En medio de todo esto, hay una cuestión ética que nos afecta a todos (medio ambiente, ecología, especismo y antiespecismo, sostenibilidad, etcétera) y que es la causante última de todos estos debates tan interesantes que deberían ayudarnos a crecer desde el respeto.
Por todo ello, y con el fin de tratar de aclarar algunos cuestiones que me parecieron claves a través de mi paso hacia el vegetarianismo, me he decidido a escribir un artículo hablando de alimentación, ética y las principales dudas que en mí surgieron cuando inicié este camino repleto de estereotipos, falta de información y sobreentendidos que hacen mucho más daño del que parece.
Los tres mitos
En estos últimos tres o cuatro años he pasado por distintas fases en lo que se refiere al consumo de animales y al activismo a favor de estos. En ese tiempo, he escuchado tres grandes planteamientos que hoy, agradecería muchísimo que me aclarasen antes de liarme la manta a la cabeza y lanzarme hacia una dieta vegetariana o vegana.
Una dieta vegetariana (estricta o no) es mucho más sana que una dieta omnívora
Una dieta vegetariana es muy sencilla de seguir y complementar
Si no eres vegano estricto, eres tan mala persona y contribuyes tanto al maltrato animal como un carnista
Aunque parezca triste, esta última frase es una de las que más se repiten en las discusiones entre vegetarianos y veganos; o entre estos y terceras personas que eligen otros tipos de alimentación. En lo personal, y aunque este no es un artículo en el que entrar a hablaros demasiado de mi filosofía, considero que es un error y un modo de prejuzgar sin tolerancia que nunca nos ayudará a conseguir nuestro objetivo aquí: intentar que otra persona abra un poco más la mente a nuestra verdad y consiga ver las cosas a través de un prisma distinto.
Descripción del concepto «tolerancia» de Giovanni Sartori, en Pictoline.
Sobre el primer punto (1), empezaré diciendo que cualquier dieta puede ser desastrosa (para nosotros). Una dieta omnívora bien planificada será sana en la misma medida en que también lo puede ser una dieta vegetariana o vegana; nadie vivirá trescientos años por no comer cierto tipo de alimentos, pero abusar de ellos —o del tabaco, o del alcohol, etcétera— sí puede cambiar esto. Por esto, argumentos como «Yo conozco a un vegetariano gordo» (yo a cientos de carnistas con sobrepeso, por cierto) o «No está bien que digan que el exceso de carne roja aumenta el riesgo de sufrir cáncer» no sirven; es más, son fáciles de explicar mediante la ciencia.
A grandes rasgos, para este punto, podemos remitirnos a lo que mencionaba justo al principio: apropiadamente planificadas. ¿No quieres comer animales? Genial. Yo tampoco. Pero no puedes vivir comiendo macarrones, lechugas y tomates.
Por esto es tan peligroso (2) que cualquiera te diga que una dieta vegetariana o vegana es muy sencilla de seguir. ¿Es sencilla? Bueno, para empezar está bastante claro que, hasta no hace mucho, era mucho más fácil de seguir en Barcelona y en Madrid que en Castilla y León o Andalucía: el número de bares y restaurantes con opciones vegetarianas o veganas es un buen indicador, ¿no? Pero aparte del contexto, hay algo mucho más importante: los aminoácidos esenciales. Sí, hay otras cuestiones a tener presentes (por ejemplo, el mayor aporte calórico de las legumbres, cereales o frutos secos) pero, a menudo este no es más que un argumento simple para intentar hacer ver que los alimentos en este tipo de dietas tienen que llevar un control rígido y en dietas omnívoras podemos relajarnos totalmente, lo que, a todas luces, es falso.
Los aminoácidos esenciales son aquellos que el propio organismo no puede sintetizar por sí mismo. Esto implica que la única fuente de estos aminoácidos en esos organismos es la ingesta directa a través de la dieta.12 Las rutas para la obtención de los aminoácidos esenciales suelen ser largas y energéticamente costosas.
Extracto de Wikipedia, la enciclopedia libre
Dicho esto, ¿qué ocurre con los aminoácidos esenciales? Pues, simplemente, que los productos de origen animal cuentan con todos ellos, por lo que se consideran de «alto valor biológico» (muy útiles, para entendernos), mientras que la proteína vegetal debe complementarsecon el fin de evitar carencias. ¿Es complicado? No, pero requiere de una mayor planificación.
Combinaciones de alimentos que suman los aminoácidos esenciales son: garbanzos y avena, trigo y habichuelas, maíz y lentejas, arroz y maníes (cacahuates), etc. En definitiva, legumbres y cereales ingeridos diariamente, pero sin necesidad de que sea en la misma comida.
Extracto de Wikipedia, la enciclopedia libre
Por dos sencillas razones: una, es mucho más simple acceder a alimentos de origen animal (en el supermercado y comiendo fuera de casa) y, dos, es más sencillo sufrir carencias de aminoácidos esenciales en una dieta vegetariana y, sobre todo, vegana que en una dieta omnívora; incluso aunque esta última no sea en absoluto equilibrada y pueda provocar otro tipo de problemas como sobrepeso o enfermedades coronarias.
Dicho esto, es fácil ver dietas vegetarianas que han sido mal planificadas y son hipercalóricas o deficitarias (sobre todo en vitaminas del grupo B y hierro); a su vez, en las dietas veganas, a todo lo anterior, se suma una carencia de vitamina B12 que solo puede suplementarse de forma artificial mediante cápsulas. Pero… ¿acaso dedicamos el mismo esfuerzo a cuestiones nutricionales en dietas «omnívoras» o solo usamos esta planificación deficiente, cuando existe, y los mínimos casos conflictivos que se han producido en colectivos vegetarianos o veganos (por ejemplo, la niña italiana con niveles bajísimos de hemoglobina y déficit de vitaminas) como un arma arrojadiza?
¿Entonces? ¿Cuál es el problema? El principal problema, pues, es que, como debate social, solemos obviar —o intentar ignorar— las razones fundamentales por la que nos hacemos vegetarianos o veganos (3): para evitar que un número mayor de animales sufran, y contribuir a una mejora del medio ambiente, a la vida de otras personas y a la sostenibilidad del planeta. ¿Por salud? Puede ser una respuesta, pero, desde luego, no es una respuesta siempre compartida. ¿Acaso tiene algo negativo hacer las cosas por conciencia ética y no solo por salud?
En segundo lugar, por supuesto, lo hacemos porque somos omnívoros, y podemos, y es muy importante no olvidar esto también, pues sería absurdo que un carnívoro (que no lo somos), aspirase a vivir de otro modo al que le marca su naturaleza. Sería absurdo, excepto para nosotros, que lo hemos conseguido decenas de veces, y seguiremos haciéndolo, como ya he explicado varias veces en este blog.
Por último, es habitual la crítica frente a otras formas de pensamiento. A grandes rasgos, cada vez más personas vivimos nuestra alimentación desde un sentido ético en el que tratamos de conectar los puntos; otras muchas, no. O no lo hacen o no quieren hacerlo en la misma medida, suele creerse, pero… ¿y si no ven los mismos puntos que nosotros o los leen de un modo distinto? En este sentido, el activismo tiene que luchar por concienciar desde un acercamiento progresivo a favor de lo que cada grupo considere oportuno (sea bienestarismo animal; sea liberación animal): no porque el abolicionismo sea una utopía (hoy, más que nunca, es todo lo contrario, con propuestas como la carne «in vitro» a la vuelta de la esquina), sino porque su afianzamiento llega, tristemente, siempre por la ciencia antes que por la ética.
Por todo esto, creo firmemente en que cualquier persona que juzgue a un tercero por su dieta o se ensalce a través de esa misma acción debe ser ignorada. En un mundo donde un porcentaje enorme de nuestra propia especie se encuentra esclavizada por el resto, para el cultivo de arroz y de café, o por la extracción de coltán para nuestros smartphones, todos tenemos que aportar y buscar una solución real a los problemas éticos y sociales que se perpetúan.
Debemos volver a conectar esa idea tan olvidada que da como resultado la moral, ese concepto que se mueve entre la ética y la acción, porque seguro que ninguno de nosotros hemos vivido las mismas experiencias vitales, y, por lo tanto, es absurdo pretender que nos movamos a través de los mismos valores, y aquí es donde el diálogo se muestra de mayor importancia en la búsqueda de un cambio.
Debemos discutir a sabiendas que renunciar a más y más productos de origen animal no es más sencillo desde el punto de vista alimentario, sino menos, ¿pero de nuestra conciencia ética? Como ya he dicho, dependerá de la ética de cada uno de nosotros, y esta discusión, igual de interesante, queda para el siguiente artículo de este blog.
NdA: Muy probablemente, algunos de los textos tipo «ensayo» sobre temas de carnismo, vegetarianismo y veganismo irán teniendo una menor prevalencia en el blog. Esto es debido, principalmente, a causa de mi trabajo en dos nuevos proyectos —uno de ellos, de temática divulgativa, que estoy preparando con calma para su difusión en 2018; el otro, una guía de viaje en formato novela de la que ya os hablaré más adelante—. Por ello, si bien tengo dos artículos que no me gustaría que quedasen pendientes, comparativamente, empezaréis a ver más entradas de otros de los muchos temas que trato aquí.
Sobre otros temas de animalismo, ecologismo o sostenibilidad, puede que el ritmo de publicación decrezca, pero estos se mantendrán; imagino que, sobre todo, a través de columnas de opinión.
Este es un texto original creado para Doblando tentáculos. Si te ha parecido interesante, quizá quieras adquirir en papel o en eBook De cómo los animales viven y mueren (Diversa Ediciones, 2016), mi primer libro de temática animalista que trata estos y otros muchos temas similares. ¡También está disponible en Amazon!
Esta entrada será absurda, impopular y difícil de entender. Por todo eso, en mi mente, se plantea como un texto profundamente coherente, pero también una (posible) fábrica de palos. La razón fundamental de la misma es que, estos últimos meses, mucha gente me ha escrito para hablarme de cómo el libro o algunas entradas del blog le han hecho replantearse sus modos de vida e incluso sus más profundos valores morales, y también me han dicho: «¡Ya soy vegetariano como tú!», o «¡Me he vuelto vegana!», o «¡Apoyo al máximo el consumo de carne ecológica!» y cien respuestas distintas más.
De algún modo, me enorgullece ver que lo que empezó hace algo más de dos años con entradas sobre animalismo ha conseguido alcanzar tantas conciencias y de un modo tan distinto: desde el maltrato de animales domésticos hasta cambios en la alimentación de muchos de los lectores y lectoras del blog. Pero hay un malentendido que no me gustaría que se perpetuase, y es que yo no soy vegano (si me tengo que definir, supongo que soy vegetariano casi estricto); y no soy vegano por tres razones fundamentales: la primera, porque tengo perros y gatos en casa; la segunda, porque he trabajado y colaboro con asociaciones de perros de terapia; la última, y para mí la menos importante de todas ellas, porque, en algún momento, como huevos de gallinas de alimentación ecológica.
Ser vegano y sus matices
Asumimos de manera automática, sin pensarlo, sin cuestionarlo, que hay un criterio moral para el Homo sapiens y otro diferente para el resto de animales. Eso es el especismo.
Richard Dawkins (etólogo, zoólogo y biólogo evolutivo)
A menudo, algunas personas que adoptan una alimentación vegana consideran que el veganismo es una opción alimentaria libre de todo tipo de sufrimiento animal. Sin embargo, olvidan parte de la filosofía que existe tras la misma, en especial, respetar la vida y la individualidad de todo ser sintiente, rechazar toda forma de especismo y de uso (no solo abuso) de animales —no del conejo que no quiere participar en experimentación animal, sino también del caballo que no quiere ser montado, o el perro de terapia que no quiere trabajar, por ejemplo; también del mosquito que molesta por la habitación, la ciudadana de Sri Lanka que no quiere ser explotada en una fábrica textil o la contaminación de un arrecife de coral.
Yo no puedo ser vegano porque, hoy, y ahora, difiero en algunos de estos puntos básicos. El primero de todos ellos, es el especismo: desde mi óptica, todos somos especistas, y debemos luchar con uñas y dientes por no serlo, pero como bien explico en De cómo los animales viven y mueren(Diversa Ediciones, 2016), nuestra empatía depende de la cercanía con el animal —aquí hay un poso biológico, y también una gran carga cultural— y nuestras acciones están sujetas, en cierto nivel, a la estructura mercantil del mundo en el que vivimos: todos necesitamos un teléfono móvil, y vestirnos, y viajar.
Así, abrazar el veganismo no puede ser complementario a convivir con mascotas carnívoras, como el perro o el gato, y ni tan siquiera a tener mascotas en un entorno delimitado, sea urbano, periurbano o rural, puesto que se mantendría un implícito, por el cual tenemos un animal por el valor que aporta a nuestras vidas, obviando su individualidad y su propia autonomía(1).
Esta es una de las razones por las que no soy (filósoficamente) vegano , y es que me chirría esta definición. Porque, ¿podemos ser veganos? Me explico. Durante casi 30.000 años, los perros nos han acompañado en nuestra vida diaria, y durante unos cuantos miles menos, también los gatos; durante más de 10.000 años hemos domesticado especies y seleccionado rasgos para nuestro bienestar. Las gallinas que ponen un huevo diario (y no una veintena al año), las vacas que, preñadas, ofrecían más leche, los cerdos o los toros a los que se les ha robado su fiereza; todos ellos necesitan de nosotros. Por desconocimiento e interés, hemos creado un mundo de matices horribles, y la ganadería intensiva solo es un capítulo más de esta historia. Pero todo ello no cambiará de la noche a la mañana, ni se borrará en el momento en el que cerremos los ojos.
La extinción del modelo
Los bienestaristas afirman que los animales no tienen, en sí mismo, un interés en no ser esclavos; ellos solo tienen interés en ser esclavos «felices». Esa es la posición promovida por Peter Singer, cuya visión neo-bienestarista se deriva directamente de Bentham. Por lo tanto, no importa moralmente que nosotros utilicemos animales, sino únicamente cómo los utilizamos. El tema moral no es el uso, sino el tratamiento.
Gary Francione (profesor universitario y escritor)
Las alternativas del no-consumo son el mejor camino que cualquier persona concienciada puede escoger hoy, pero eso no cambiará el hecho de que haya una industria de consumo colosal que engaña, oculta y es apoyada aún por un alto porcentaje de la población. Tampoco que esos animales domésticos requieren leyes para su pervivencia fuera de esta maquinaría de muerte, pero no pueden vivir todos en santuarios. ¿Y qué hacemos además? ¿Dejamos vivir a los animales de granja y condenamos a las mascotas? ¿Pueden los animales domésticos volver a un estado salvaje? Evidentemente, no. ¿Y qué hacemos con todas esas especies de las que somos responsables de haber domesticado? Quizá este es el punto más peliagudo de todos, y, por supuesto, hay cientos de opciones (mejores que la actual) que podríamos llevar a cabo para minimizar o llevar a cero todo el sufrimiento derivado, pero la extinción completa del modelo, todavía no es una de ellas.
Pero no nos vayamos tan lejos, porque incluso con nuestros principales animales de compañía hay un grave problema. Todos esos pastores alemanes, border collie o labradores que tienen que recurrir a trabajo diario de obediencia (o agility, o mantrailling, o discdog…) por parte de dueños responsables, a largas caminatas y a un modelo de vida que consiga, de algún modo, paliar las actividades principales que llevan dentro de sí: pastoreo, vigilancia, cobro… Podemos cambiar el mundo, pero no el genoma de nuestros perros. Y preguntarse por qué deberíamos hacerlo o no hacerlo, no tiene sentido, porque no es algo que se pueda modificar en veinte años, sino que se requerirían otros miles.
Argos y yo en un curso de obediencia avanzada en 2015.
En esta misma línea, el trabajo de animales de asistencia o de terapia tiene para mí otras complicaciones éticas —la peor de todas, aquella que pone en peligro la vida del animal en misiones de los cuerpos de seguridad—, pero, excepto en algunas de estas misiones, en mi experiencia, ninguno me ha resultado dañino para este, y sí enriquecedor a muchos niveles (el perro «trabaja» y se divierte, aprende, consigue mejorar sus recursos cognitivos, ayudar a terceros…), si bien la filosofía vegana creo que nos diría que ese «uso» del animal constituye un «abuso» por nuestra parte. Yo no puedo estar de acuerdo. Desde la misma domesticación de los cánidos, el perro —y el gato— se acerca al ser humano en la misma medida en que el ser humano le necesita, y viceversa.
Junto a todo lo anterior, hay una serie de supuestos o etiquetas que también suelen ir unidas, y que, a menudo, me parece coherente que así sea. Por ejemplo, salud y una buena alimentación (y, hoy, se puede conseguir esa buena alimentación sin consumo de animales, pero no olvidemos que hace treinta o cuarenta años, probablemente no); también productos km. 0, ecología, consumo sostenible… Son todo tipo de causas que, normalmente, se relacionan con formas de vida veganas o vegetarianas, y todos aquellos que tratamos de mejorar el mundo, de un modo u otro, tenemos que revisar, constantemente, todas estas facetas que afectan a nuestras vidas, sin olvidar que, ni mi vida, ni tu vida, son una simple etiqueta.
Fotografía de un arrecife de coral.
Por eso, mi primer libro animalista está escrito como está escrito, y creo que esa es la bondad del mismo: que solo muestra, y nunca impone; porque no existe una verdad, sino cientos de miles (2), así como caminos para cambiar el terrible escenario en el que hemos convertido nuestro mundo. Quizá hay personas optimistas, que creen que el camino pasa por la inmediata liberación animal y otros que creemos ver que la historia, incluso hoy, niega la posibilidad de acoger un camino que no pase por una primera fase de bienestar.
Tenemos que ser lo suficiente maduros para querer cambiar el mundo y, a la vez, entender que nuestras acciones individuales suman muy poco en el conjunto: y este debe ser un contratiempo que lejos de restarnos fuerza, debería impulsarnos a buscar apoyos a nuestro alrededor. A encontrar la forma de ser parte de la solución, y no del problema; y de comprender que hay cuestiones intrínsecas en la estructura del mismo a desentrañar, y que tenemos la obligación de hallar la forma de lidiar con todo el horror que se genera a nuestro alrededor, de conseguir un cambio responsable, y de, un día cada vez más próximo, alcanzar la mayoría, puesto que en minoría no hay legitimación (social) posible.
(1) Otra cuestión importante es cuánta autonomía tiene ese animal una vez ha sido domesticado por el ser humano, puesto que los rasgos de muchas de estas especies han sido seleccionados para conseguir individuos menos agresivos, confiados y útiles en nuestras sociedades (sea, en su momento, para desplazarse, para alimentarse o como guardián), pero también restándoles independencia.
(2)Si bien, la mayoría empieza por minimizar o extinguir el sufrimiento animal, donde recordemos que el malestar humano está implícito, en especial, el de aquellas poblaciones desfavorecidas de las que nunca hablamos.
Nota:también creo firmemente en el problema que supone la industria alimentaria, la cosificación, producto del especismo, y el neoliberalismo económico: sobre todo en lo que se refiere a la aplicación, y las trabas, de una Ley de Protección Animal. Por el contrario, no considero que el consumo bajo o moderado de huevos sea aquí el principal problema —los lácteos son otro cantar, y, aun así, creo que sería necesario matizar la importancia que tiene el modelo industrial, que, en la mayoría de los casos no es más que un conglomerado que acoge la producción de carne, cuero y lácteos—, ya que es un derivado directo de la industria; sin embargo, para que esta afirmación no induzca a error, permitidme desarrollarlo durante el mes de febrero en un artículo complementario, puesto que no se trata de una visión simplista del tipo «comer esto está bien, porque el animal no muere» y, además, resulta una gran fuente para abrir debate y generar opiniones.
Este es un texto original creado para Doblando tentáculos. Si te ha parecido interesante, quizá quieras adquirir en papel o en eBook De cómo los animales viven y mueren (Diversa Ediciones, 2016), mi primer libro de temática animalista que trata estos y otros muchos temas similares. ¡También está disponible en Amazon!
Hay grandes literatos y columnistas que, en la última década, se han transformado en verdaderos arquetipos rancios de aquello de lo que, un día cada vez más lejano, intentaron diferenciarse. Uno de ellos es el excelentísimo académico, y muy hijo de su padre, Javier Marías, quien, a tenor de sus últimas columnas, tales como Perrolatríao Ese idiota de Shakespeare, se ha convertido en un maestro del yoísmo —y algunos lectores dirían incluso que del cuñadismo.
Verdaderas celebridades de las letras capaces de darle la vuelta a aquella falacia sofista del argumento ad hominen y tirárselas en toda la jeta al lector. «Yo soy yo y mis circunstancias», le espetan, y usted, que tiene un trasfondo similar al mío, estará de acuerdo sí o sí. «Y si usted no está de acuerdo, no solo es un imbécil ignorante, sino que debería instruirse si, algún día, quiere alcanzar mi estatus y comprender la argumentación que aquí le detallo».
Un ejemplo de ilustración/pegatina de la que Joaquín Luna hablaba en su columna. Probablemente, él había visto, por su barrio, alguna imagen más explícita: como esta.
Aquello que, quizá, no han valorado de un modo justo es su falta de argumentos, su discurso vacío, su intento de rellenar de valor una cuestión nada más que con una posición ganada —y de la que nadie debería discutir los méritos— y unida a grandes dosis de yoísmo.
Así, de vez en cuando, es humano sacar los pies del tiesto, pero también reconocer el error y soportar la oleada de mierda que le viene a uno encima. Hoy, esto le ha ocurrido a Joaquín Luna en una columna titulada Yo pagué con mi vida, que el diario La Vanguardia ha decidido publicar en un error similar al que cometió El Correo Gallego con Manuel Molares do Val.
En la misma, y como hilo conductor del texto, podemos leer aserciones que son una denigración constante a vegetarianos y veganos, que hablan del razonable precio de la carne, a juicio del que la suscribe, y no se cortan en tildar a todo un colectivo de fascista y enfermo; por si esto no fuera suficiente como para encender la mala leche de un gran número de lectores, Luna decide consentir y defender el maltrato animal que, en las últimas horas, hemos podido tan solo vislumbrar en la película A dog’s purpose y que termina por aderezar con la imposibilidad de reflexionar sobre sus acciones, amparado en la ceguera del «esto siempre fue así».
La columna, que casi exige un verdadero boicot al medio que la ampara, se defenderá con el argumento de una opinión distinta, sin entender cómo ataca, atribuye e insulta a un colectivo cada vez más numeroso, cuyo único crimen, casi siempre, es intentar hacer pensar a su prójimo.
El texto de Joaquín Luna es un ataque frontal contra todo el trabajo de millones de personas que buscan un mundo más justo, que comprenden que los modelos de consumo actuales no son éticos, y tampoco sostenibles, y que luchan contra el maltrato animal en todas sus vertientes. Joaquín Luna es el matador de toros que se atreve a escupirnos a los animalistas, gritándonos que él, y solo él, es el verdadero amante de los animales. Otro maestro del yoísmo.
Hace medio año hablé sobre el veganismo aplicado a los perros. Lo hice en este mismo blog, en un artículo titulado El vegano desestructurado que no quería que su perro comiese chuletas, y lo hice a raíz de un fragmento de una de las múltiples conferencias de Gary Yourofsky sobre el tema.
Gary Yourofsky en una de sus conferencias para dar a conocer el veganismo. Una de sus frases más famosas es: «It is not your right – based on your traditions, your customs and your habits – to deny animals their freedom so you can harm them, enslave them and kill them. That’s not what rights are about. That’s injustice. There is no counter-argument to veganism. Accept it. Apologize for the way you’ve been living. Make amends and move forward.«
Un felino, cualquier felino, es carnívoro por definición, y un gato también. Un perro, cualquier perro, a su vez, es un bicho maravilloso, y ha desarrollado enzimas que le ayudan a digerir proteínas vegetales. Evidentemente, esto no los convierte en animales que pueden adaptarse a una dieta vegetariana, ni vegana; o por lo menos, no resulta beneficioso para ellos; hay otros que sí, como nosotros, pero no los perros ni los gatos.
Vamos, que esto empieza de la forma siguiente: el problema no es tener principios éticos, el problema es intentar imponerlos a la propia naturaleza. Desear que las cosas sean de un modo, y poner todo nuestro énfasis en creer y en luchar para que la hierba sea morada. Pero sin reparar en que, por mucha pintura que gastes, por mucho que colorees, los tallos seguirán saliendo verdes.
Deja que los animales sean animales
La primera opción es comprender que la mayoría de animales en el mundo no han sido domesticados, y no contribuir a ello. Es posible que la forma en la que una persona que se considera vegana más puede aportar a los animales, sea no teniendo mascotas.
Esto puede parecer ambivalente, o directamente extraño, pero Antoine de Saint-Exupéry, el autor de El principito (Saint-Exupéry, 1943), acertó plenamente cuando escribió:
Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro. —Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado.
La naturaleza es autónoma, y casi siempre es salvaje, o agreste, o lo que nosotros hemos definido como salvaje y agreste porque no la entendíamos, o no nos parecía bien, o no nos interesaba de ese modo.
Uno de las noticias más interesantes sobre este tema puede leerse en Can dogs and cats be vegetarians?de Pete Wedderburn, en The Telegraph.
En este caso, quizá sea tan simple como no tener por mascota a animales que necesitan la carne de otros animales para vivir; y que se han adaptado a nuestra dieta, de un modo u otro a través de los siglos, o han caminado a nuestro lado. Así, podemos escoger herbívoros como mascotas, que los hay, u omnívoros, como los cerdos o los cuervos, que, al igual que nosotros, pueden o no consumir proteína animal.
¿Limitaremos su libertad de acción? Sí, claro, porque es un omnívoro oportunista, que, a diferencia de nosotros, no se mueve a través de la ética o la razón; pero eso no es distinto a cómo nuestras decisiones afectan a cualquier mascota que comparte su vida junto a nosotros.
Saber y ser consecuentes
En diez años, quince años, treinta años, nuestras mascotas (carnívoras) comerán carne cultivada in vitro, y, muy probablemente, el resto del mundo (aquellos que coman carne y/o pescado) también lo hagan.
La tecnología y el desarrollo moral tomarán la delantera, y tendremos una respuesta a todos estos temas de los que, hoy, muchos nos preocupamos. Un vegano podrá tener de mascota a un perro sin dilemas morales; un vegano podrá comer carne de animales y ser consecuente con su forma de pensamiento; pero siempre (¡siempre!) habrá incongruencias entre nuestra filosofía de vida y nuestro mundo.
Desde el momento en el que tienes un móvil, o por acción u omisión dañas algo que intentabas proteger, compras café que ha sido recogido a través de prácticas neocoloniales o, simplemente, te comes un Kit Kat o un Yatekomo de esos sin saber que el aceite de palma destruye el hábitat del chimpancé en África, e incluso sabiéndolo, estás contribuyendo a la desigualdad.
Relájate. Todos lo hacemos o lo hemos hecho. La cuestión es: ¿quieres hacerlo? ¿o quieres hacer lo que esté en tu mano para mejorar todo lo que está a tu alrededor? Muchos no concibimos que una persona que se define como animalista, pueda ser especista, pero los hay; ahí entra en juego la libertad individual, el conocimiento, y el desconocimiento, y la ideología individual.
Al final, todo se resume en mirar más allá de uno mismo, y buscar el camino que nos permita vivir, y afectar positivamente a lo que nos rodea.
Este es un texto original creado para Doblando tentáculos. Si te ha parecido interesante, quizá quieras adquirir en papel o en eBook De cómo los animales viven y mueren (Diversa Ediciones, 2016), mi primer libro de temática animalista que trata estos y otros muchos temas similares. ¡También está disponible en Amazon!
Los avances tecnológicos no pueden suceder sin científicos o ingenieros. El desafío de la sociedad es equiparar a las suficientes personas, con las habilidades correctas y formas de pensar, que lleguen a trabajar en los problemas más importantes.
En los próximos años, el desarrollo de alternativas vegetales será una de esas nuevas tecnologías que cambiarán el mundo. Para ello, la carne proveniente de animales se reemplazará por alternativas vegetales, y, en consecuencia, supondrá un cambio en el modelo alimentario actual para Occidente, y para el mundo entero.
Hay tres grandes contras que se han convertido en una losa para la industria cárnica: los hemos visto en Cowspiracy (K. Andersen, 2014), Food Inc. (R. Kenner, 2009), Meat the Truth (K. Soeters y G. Zwanikken, 2007) e incluso Earthlings (S. Monson, 2007).
El primero es aquel que nos ha hecho buscar otras formas de consumo a una mayoría creciente que adopta una dieta flexitariana, vegetariana o vegana: el maltrato animal sistematizado de la industria. Hoy, ni tan siquiera términos como «carne ecológica» o piscifactoría consiguen que nos traguemos esa falsa necesidad por más tiempo. Hay alternativas vegetales y, en nuestro día a día, consideramos que, optar por ellas, es mucho más coherente que apoyar a un modelo basado en el «usar y tirar» a otras especies animales y en el consumo como nunca lo habíamos visto ni practicado hasta las últimas décadas del siglo XX.
En paralelo, hay dos argumentos más que podrían recogerse en un solo punto: derroche de recursos; en especial, el que hace referencia al consumo de agua potable y al calentamiento global a causa del metano de la ganadería industrial orientada al consumo (o, sin ser tan finos, de los pedos de las vacas y tantos otros animales criados en masa para consumo).
En Silicon Valley lo han soltado sin tapujos: el modelo ha caducado; simplemente, se está alargando por motivos económicos (algo que muchos piensan que también se está haciendo con el petróleo, por cierto), no de ética ni de sostenibilidad. Hacia el siguiente estadio, se abren dos caminos: las alternativas vegetales y la biotecnología enfocada hacia el cultivo de carne in vitro.
En lo que se refiere a la primera, nos encontramos superando todavía un estadio primario, donde empezamos a cocinar soja, seitán o tofu, a consumir más verdura de hoja verde, etc., con el fin de sustituir proteínas de origen animal por proteínas de origen vegetal. Se ha demostrado, además, que no hay ningún problema en hacer esto en cualquier momento de nuestras vidas (puedes leer más sobre ello en este texto de la Unión Vegetariana Española), sino que, simplemente, deberemos optar por un mayor control de la dieta si queremos evitar un déficit de cualquier tipo (una carencia de hierro, o de vitamina B12, etcétera).
Esa es la fase 1. En lo que a alternativas vegetales se refiere, la fase siguiente se centra en ofrecer un producto idéntico a ese consumidor-tipo que, o bien no desea ver más allá (mataderos, industrialización del modelo, mal uso de los recursos naturales, caducidad del modelo…) o cuya ética le permite seguir consumiendo animales que mueren porque prefiere anteponer conceptos como tradición, conveniencia, hábito o sabor.
Sí. Ya lo sé. El mundo no puede ofrecerte hamburguesas a todas horas y, a continuación, cerrar el grifo; si hay demanda, tiene que haber oferta. El capitalismo funciona así, y todos nosotros, a veces por obligación, somos profundamente capitalistas. Entonces, la respuesta es un producto que no difiere de un filete, una hamburguesa o unas costillas de cerdo para romper todos los esquemas de ese consumidor. Es hacia donde se dirigen Impossible Foods (con su The Impossible Burger, por ahora) o Beyond Meat.
Un cerdo de los que me gustan: ¡vivo y feliz! 😉
Pero antes de continuar, hay otra alternativa. Una vía que empieza con la clonación como modelo para superar los problemas de demanda en países como China. Esta idea, que pese a haber conseguido adeptos en el mercado, caerá rápidamente en desuso, empieza con un objetivo claro: crear más y más ganado para el consumo; en un primer estadio, en junio se hablaba de 100.000 embriones y, en el segundo, de 1.000.000 de cabezas de ganado.
Sería fácil desmontar el sistema entre críticas de empobrecimiento genético a medio y largo plazo; e incluso plantearse qué soluciona el ganado clonado frente al inseminado (aunque esto tiene una respuesta: la velocidad, el mayor control en los tiempos), porque a los animales les gusta follar también, casi tanto como a nosotros, y, además, se les puede incentivar de muchas formas. Sin embargo, quizá la respuesta más contundente sea: ¿y los chinos verdaderamente se creen que eso se hace por necesidad y no para incentivar un cambio en los modelos de consumo asimilados a una mejor calidad de vida occidental? Algo que también ocurre en la India, por supuesto.
Banner publicitario de The Beyond Burger de la empresa Beyond Meat, una de las alternativas vegetales que más adeptos ha conseguido en EEUU.
La (segunda) alternativa, pues, no es la clonación. Cada vez hay más personas concienciadas y el crecimiento de aquellas que adoptan una dieta vegetariana sigue aumentando, así como quienes se lo plantean para luchar por causas que les resultan importantes en este siglo: maltrato animal, recursos naturales, respeto, naturaleza, empatía…
Pero solo hace falta cambiar el término clonar por cultivar. Sí. Carne cultivada. ¿Por qué no crear un filete en lugar de una vaca que tenemos que alimentar, matar, despiezar, y un largo etcétera? Es una forma estupenda, además, de resolver los problemas entre carnistas y veganos, ¿o no? Un filete no siente, no tiene sistema nervioso central, y, en la práctica, una vaca, un filete o nosotros, solo somos compuestos químicos unidos entre sí: muchos o pocos; y hoy, como sociedad, podemos empezar a saltarnos unos cuantos pasos que suponen despilfarro y una conciencia más sucia de lo necesario.
Proceso de producción de carne in vitro. Puedes leer más sobre este tema en el siguiente enlace, que trata la polémica sobre la ética o falta de ética asociada a este tipo de carne.
Estas nuevas tecnologías, a priori, parecen convivir bien, y seguir una filosofía muy similar, además. Desde mi punto de vista, y el de muchos otros, quizá no sea ético tener que experimentar con animales para dejar de matar animales, pero, si salimos de casa y nos paseamos entre mercados, restaurantes y supermercados, tenemos casi la obligación de minimizar estos daños colaterales (si los hubiera) frente a los posibles resultados. Como se puede leer en Carne cultivada: de criar animales a crear carne en un laboratorioy en La «carne de laboratorio» está cada vez más cerca de la mesa; la producción «in vitro» se encuentra en una fase muy avanzada.
¿Veremos a vegetarianos y veganos volviendo a comer carne por esta razón? Apuesto a que sí. Pero no todos. Pues muchos de ellos basan su decisión en razones éticas, y, otros tantos, le añaden al vegetarianismo esa consideración de modelo más saludable (aquellos que lo hacemos por razones éticas, quizá no le damos tanto peso a este último punto).
Así, Impossible Foods o Beyond Meat son una alternativa «verde» muy sostenible que parece llevar detrás una gran inversión previa y un mayor tiempo de investigación, que se ha ido popularizando también a este lado del charco con equipos como el de La Carnicería Vegetariana, y que, a priori, parece que contará con un precio más competitivo durante los próximos años. Mientras que, la carne cultivada, puede ser otra opción perfectamente válida a medio plazo para veganos o vegetarianos que quieren volver a consumir carne, pero, eso sí, sin maltrato animal, reduciendo las emisiones de gases contaminantes, buscando un futuro mejor para todos, y, en especial, para todos esos animales que vieron cómo el modelo de los campos de exterminio nazi se popularizaba en la industria cárnica y les recluía en su propio Auschtwiz.
Este es un texto original creado para Doblando tentáculos. Si te ha parecido interesante, quizá quieras adquirir en papel o en eBook De cómo los animales viven y mueren (Diversa Ediciones, 2016), mi primer libro de temática animalista que trata estos y otros muchos temas similares. ¡También está disponible en Amazon!
Este artículo puede contener opiniones que no compartes, pero está escrito desde el respeto y el deseo de empatía hacia todo el mundo: gente que come carne y pescado, gente que no lo hace, personas que trabajan en santuarios y refugios de animales, y otras que no se preocupan en absoluto por ellos. De igual modo, también se generaliza en algunos puntos, con el único fin de no alargar hasta el infinito los ejemplos, por lo que se requiere un poco de buena fe y retroalimentación en la lectura. Si no estás dispuesto(a) a hacer el esfuerzo, quizá no debas leerlo.
Por cierto, las imágenes no intentan restar seriedad al artículo, sino amenizar la lectura de este tocho de texto que trae a colación un gran número de temas de actualidad animalista.
La utopía es el principio de todo progreso y el diseño de un futuro mejor.
Anatole France, escritor francés (1844-1924)
La literatura tiene un gran peso en mi vida. Desde que puedo recordar, me gusta escribir e inventar historias. De pequeño, escribía en una gran libreta con la portada en rojo; enfrente, mis clicks de Playmobil como protagonistas y, en definitiva, todo el mundo veía que era el rarito de los hermanos.
No demasiado tampoco, lo suficiente para preferir una recreación cutre de La isla del tesoro a entrechocar a los Madelman que conocimos mi hermano mayor y yo, y a los actualizados Action Man del pequeño (que también lo haría, supongo). Había niños que tenían sus juguetes favoritos, a mí me gustaba inventar historias: qué sentían, qué querían, qué les ocurría mientras intentaban conseguir a esa chica, ganar ese partido de fútbol del mundial (bueno, Oliver y Benji estaba ahí, y también el dream team del Barça) o salvar el mundo entre cuatro tortugas ninja, pero, como todo buen escritor, sabía que su destino estaba en mis manos.
J.D. Salinger en Bojack Horseman. Y recuerda:Hollywood Stars and Celebrities: What Do They Know? Do They Know Things? Let’s Find Out! ¡Otro éxito del señor Peanutbutter!
Años después, a mis veintipocos, el único libro de autoayuda que he leído en mi vida me ayudó a dejar de fumar. Era un manual adaptado de las charlas que Allen Carr había ofrecido durante décadas sobre su método Easyway. Lo más gracioso es que no fue un regalo para mí, sino que topé con él por casa de mis padres entre un cúmulo de buenos propósitos de alguien más: quizá mi madre, que aún es fumadora hoy, o alguno de mis hermanos. Mi padre, quien murió de cáncer de pulmón y metástasis cerebral en septiembre de 2010, nunca lo terminó de leer. Se decepcionó un poco al saber que, de todos modos, el escritor británico había muerto de cáncer (Benalmádena, 2006): sobre esto, no entendió que no era el qué, sino el cómo.
Y, por último, hace solo un par de años, encontré Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas en un escaparate de la calle Torrent de l’Olla; lo ojeé. Era un ensayo de los pocos sobre animalismo que se han traducido al español. Dio en el clavo. No me volví exactamente vegano; no me volví exactamente vegetariano (o quizá sí), pero supuso un cambio enorme en mi vida.
Hoy, gracias a todos estos puntos de inflexión recogidos en tres o cuatro párrafos, también escribo a diario, publico, e incluso sueño con ganar cuatro duros y poder convertir una pasión en un modo de vida. Por ello, no me atrevería a poner límites a la utopía como motor de cambio: pensar que algo es posible, por muy imposible que nos parezca, es aquello que lo convierte en una verdadera opción.
Homer Simpson y la utopía
Y aquí viene el cuarto pero de este artículo (y el más importante); ese giro de los acontecimientos que todo buen episodio de Los Simpson tenía hacia el cuarto o quinto minuto de visionado y que convertía la demolición del casino Monty Burns en un buen argumento para que Homer usara su chimenea para freír pollo y terminase, junto a Ned Flanders, casándose con unas «pilinguis» en Las Vegas.
¡QUE SÍ, TÍO, QUE QUIERO CASARME! ¡CASAAAAARME!
La objeción entre utopía y modo de vida llegó a mí con varias actualizaciones de uno de los santuarios que más admiro, el Santuario Gaia, ubicado cerca de Camprodón; un refugio que no solo tiene una enorme presencia en la red, sino que realiza un trabajo de voluntariado y modo de vida admirable.
En otras palabras, discutir no tiene nada de malo: está bien buscar tus límites, preservar tu punto de vista, ser consciente de que tú también te equivocas; solo es necesaria una buena dosis de empatía y de respeto, que fue lo que (parece ser que) le falló al M.A.L. al criticar no solo a la tauromaquia, sino también a los miles de gays que viven en este país y a los millones de personas que seguimos otra tendencia política en España.
En este caso, los santuarios adoptaron (acertadamente, para un servidor) filosofía similar a la del Bloque Aliado en los años cuarenta: Stalin es un loco de cojones, pero se está defendiendo y está abriendo una brecha (repleta de cadáveres, soviéticos y no soviéticos) por el este. No simpatizamos con él, pero no le diremos que está equivocado en equis cuestiones porque, en estas otras, para nosotros, justo ahora que ha acertado con algo. ¿Cómo te has quedado? ¡Menudas comparaciones de calité! ¿O no?
Santuarios de animales y veganismo
Los seres humanos serán más felices cuando encuentren caminos para vivir como las antiguas comunidades primitivas. Esa es mi utopía.
Kurt Vonnegut, escritor estadounidense (1922-2007)
Por lo que a mí respecta, solo hay un par de cosas que me preocupan al seguir algunas de las publicaciones del día a día de los santuarios (Gaia, Compasión Animal, el Hogar ProVegan, Wings of Heart…) y es la concepción de la naturaleza en su mismísima definición. Temo estar viendo cómo esa definición se humaniza en exceso, se impregna de buenas intenciones y se olvida del verdadero significado de animalismo, a sabiendas de que, por mucho que nos engañen, una palabra tiene siempre innumerables matices.
No me refiero al hecho de preocuparse por animales cojos, ni heridos, ni ciegos si cabe. Entiendo ese respeto que cualquier especie merece y que estos grupos comparten: una vida es una vida, y si es posible respetarla y salvarla, apoyo totalmente la filosofía vegana. No nos sacrifican cuando nos rompemos una pierna, o tenemos un grave accidente; el respeto por la vida humana es una de las premisas básicas de nuestra sociedad: a veces, hasta límites absurdos, como el caso de Ramón Sampedro. ¿Pero acaso es lícito destinar una vida al cuidado del resto? ¿Nos hemos planteado qué ocurriría si todos acogiésemos este modelo? ¿Seríamos más sostenibles o este sería inviable en todos los sentidos?
A veces, me gusta moverme entre lo políticamente correcto y lo incorrecto, pero esta no es una de esas veces. Esta vez, cuando leo sobre un gallo epiléptico que necesita 24 horas diarias de vigilancia, una oca que no puede caminar o una vaca que es totalmente dependiente, me pregunto cuándo ese amor por la naturaleza, ese animalismo férreo, se convirtió en sentimentalismo.
Somos uno de los países con más maltrato animal, y también con más santuarios de animales del mundo: por lo tanto, esto no solo es lícito, es lógico: necesario; los necesitamos, necesitamos cambiar como sociedad, pero también requerimos un modelo de cambio real, coherente, ampliable y replicable. Los santuarios no solo se enfrentan a una falta de conciencia colectiva por el sufrimiento animal y la industria alimentaria, sino también al grave hándicap de no solo tener que luchar por universalizar la adopción de un modo de vida totalmente legítimo que se basa en el respeto a cualquier ser que siente, sino también de plantar las bases de un mundo que no necesite de santuarios de animales, y pueda integrarlos dentro de un contexto global de nuestra sociedad.
M.A. Barracus navegando con su walkie-talkie a través de las radiofrecuencias más ochenteras. El joyero entero de Sissí Emperatriz que lleva al cuello mejora la cobertura en un 47 %.
Sin embargo, cuando contagiamos nuestra lucha de la atracción típica del lector de viajes, topamos con un escollo. El marketing —y hoy todo funciona, quieras o no, a través del marketing— nos dirá que nos detengamos ahí: cuanto mayor sea tu target, tu público objetivo, mayores serán los grupos que podrás segmentar adecuadamente, y también mayores los ingresos, los donativos y los interesados por tu proyecto; así funcionan muchos blogs de viajes: ofrecen una imagen idílica y una aventura hacia la que pocos se atreven a lanzarse, porque si todos escalásemos el Everest, viajásemos por Latinoamérica u organizásemos nuestro estilo de vida retransmitiendo por streaming aventuras y desventuras al estilo David Carradine en Kung Fu o el negro Barracus (M.A.) del Equipo A, no tendría nada de emocionante.
Aquí hay algo que chirría, pues. La creación de un santuario de animales no debe olvidar que no puede hacer de aquella frase tan famosasu motor (salvar a un animal no cambiará el mundo, pero cambiará su mundo), porque cambiar el mundo también requiere de colaboración, y de cambiar las cosas paso a paso: eso es algo que parece intrínseco en los santuarios, pero no siempre suficientemente visible.
Pero vamos un instante al caso anterior —el del Movimiento Antitaurino de Lucha queriendo repartir el botín de guerra entre sus aliados—; los santuarios no estuvieron de acuerdo, porque un gesto así —y aunque muchos no lo crean— perjudica más de lo que ayuda; ¿pero no ocurre lo mismo con los donativos de una persona que apoya a la industria cárnica?, ¿que consume productos de origen animal?
Esta es la primera parte: si la vida humana y animal es para un vegano igual de importante, y no aceptamos el dinero de una persona que no respeta la vida humana, ¿por qué si lo hacemos de alguien que no respeta la vida animal? ¿o del gobierno, quien ofrece donaciones a los santuarios e incentiva la creación de mataderos y otros centros industriales de procesado cárnico?
No obstante, aquí hablamos más de meritocracia de cara a la galería que de otra cosa. Al fin y al cabo, ningún santuario o refugio dirá que no a un donativo, a una ayuda privada; lo hará, y muy legítimamente, a sonreír, y a hacer el paripé en público por 500, 1.000 o 3.000 euros. Si se venden al capital, que sea a precio de oro. Pero lo lógico es no hacerlo, porque a un santuario de animales y a los integrantes que lo conforman les mueven otras cosas más allá de las oportunidades que se abren a su paso, y son la ética y la capacidad de ser consecuentes consigo mismos.
Estas imágenes pertenecen al Woodstock Farm Santuary, y no, cuando hablo de animales que han perdido su «animalidad» no me refiero a aquellos que necesitan una prótesis para vivir, o fisioterapia, sino a casos mucho más graves.
A su vez, esta utopía tan necesaria que ha fluido a lo largo de todo este (extenso) artículo no debería hacernos olvidar dos cosas: la primera, que cambiar el mundo paso a paso debe permitirnos seguir avanzando; si se quiere una sociedad que respete a los animales, no podemos embarrancar en ese espacio donde seguimos salvando a unos pocos «afortunados» que han sufrido su propio infierno: hay que crear conciencia, luchar contra el especismo, exigir que todos, los que comen carne y pescado y los que no lo hacemos, piensen en ello, y en un modelo más humano; la segunda, y quizá todavía más importante, dejar que los animales sean animales: por mucho que nos duela,unas ocas que no pueden caminar, quizá hayan perdido buena parte de su animalidad, y de su esencia; podemos cuidarlas, igual que a cualquier otro ser vivo, pero, desde la distancia, parece que no deberíamos perder de vista esos casos que nos impiden ver todo el mar de problemas a combatir que se abre frente a nosotros.
Uno de los eslóganes más tenaces con los que me he encontrado estaba en la página web del Santuario Gaia; decía: Por un mundo vegano, pero el mundo es lo que es; veganos solo podemos ser nosotros. Y esa es una de las ideas más importantes a retener si queremos un cambio.
Tensión o desarmonía interna del sistema de ideas, creencias y emociones (cogniciones) que percibe una persona al mantener al mismo tiempo dos pensamientos que están en conflicto, o por un comportamiento que entra en conflicto con sus creencias. Es decir, el término se refiere a la percepción de incompatibilidad de dos cogniciones simultáneas, todo lo cual puede impactar sobre sus actitudes.
Un pezón. Un pezón de cerdo en tu beicon. Algo tan nimio, tan estúpido, ha despertado todas las alarmas y un sinfín de opiniones.
No se puede criticar a alguien que te mira a los ojos después de matar a un animal y te dice: «Yo elijo mi alimentación.»Alguien que visita un matadero con su familia y decide seguir consumiendo productos animales construidos (o destruidos) en cadena.
Puede no ser natural; incluso se ha demostrado que otros animales pueden sentir ese dolor, esa inquietud, que emana de aquellos encerrados en un matadero y destinados al consumo; como un perro que nunca ha pisado una perrera y, rápidamente, se contagia de la intranquilidad y el nerviosismo que impera siempre en ellas. Pero multiplicado. Por cien. Por mil. Quién sabe.
No lo comparto. No comparto la caza, ni la pesca, ni la cría industrial, ni una alimentación basada en la carne y el pescado. No lo hago. Pero respeto a todo aquel que sabe lo que consume, que no le importa, que piensa diferente. Respeto el pensamiento tradicional, pero no la invisibilización del proceso.
Ese pezón es solo una bofetada a todo aquello que se esconde detrás de grandes paredes de hormigón.
No es beicon, ni filete, ni criadillas. Son trozos de un cerdo, de una vaca, de cualquier animal, mamífero o no; y cuando se convierten en beicon, en filetes, en criadillas, estamos un paso más cerca de no saber lo que consumimos, y de seguir insensibles al drama que representa criar y matar miles de millones de animales cada año.
Ese pezón es solo una bofetada a todo aquello que se esconde detrás de grandes paredes de hormigón que no consiguen silenciar los gritos. De los matarifes que terminan su jornada alcoholizados, o drogados, o insensibilizados a cualquier tipo de dolor; no todos, claro que no, pero nadie puede matar a decenas de seres diariamente y seguir igual.
Ese pezón está llamando imbécil a varias generaciones que se han creído que nuestro modo de vida es normal y natural; que lo sano y lo sensato es comer carne, y pescado, y productos de origen animal cada día, en cada comida, a todas horas, cuando nunca antes se hizo.
Un pezón que también nos demuestra lo flojos que somos. El miedo que nos da ser consecuentes con nuestras propias ideas y con nuestro modo de vida. El pavor que nos supone coger un cuchillo y cortar el cuello a un pollo o abrir en canal a un cerdo, una vaca o un ternero. ¿O quizá es que no son nuestras ideas? Quizá son ideas impuestas, pero cómodas. Una forma sencilla de no preguntarse por cómo funcionan las cosas, sino de dejarse llevar.
Pero ese pezón no es un trozo de beicon. Es el cuerpo de un animal; un animal que vivió, como tú, o yo, o tu perro, o tu gato; y lo que todavía es peor; ese pezón te está diciendo que eres un hipócrita, que no quieres ver lo que hay detrás de los kilos y kilos de productos cárnicos que colapsan todos los supermercados, todas las ciudades y la mayoría de los países; el pezón de un animal al que alguien mató, y un error que no volverá a cometerse en un buen tiempo, porque todavía no somos suficientes los que queremos que pienses en todo esto; porque la mayoría se contentará con tener tiras de panceta libres de pezones.